La envidia. Todos conocemos la envidia, todos en alguna ocasión hemos envidiado algo, o a alguien, pues se trata de un sentimiento arraigado en la sociedad, de siglos de evolución. A uno le toca la lotería, otro supera una oposición importante, otro encuentra un puesto de trabajo, del perfil y en el lugar que yo esperaba. Todas estas situaciones, y otras más, son circunstancias que pueden despertar cierta envidia, que puede ser puntual y transitoria.
Por esto, la envidia no es concretamente desear lo que tienen los otros, sino que el otro, el envidiado no tenga lo que tiene. Que no tenga la posición social que tiene, ni el puesto de trabajo que disfruta, ni la riqueza, ni la hermosura, ni la salud o jovialidad que nos impresiona que goza.
La envidia desde esta perspectiva, se centra siempre en la persona envidiada, en el otro, y se instala dentro del que envidia, en su intimidad más profunda. Como es obvio, una declaración de la misma, un comentario público de ese sentimiento, sería interpretado por los demás como una vivencia de inferioridad, de aquí la soledad en la que vive el envidioso.
La envidia mas maligna es la que se instala en línea vertical, de arriba abajo. Esta se sitúa fundamentalmente dentro de los medios sociales, y especialmente en el trabajo, donde al tener que convivir de forma diaria , el dolor y la amargura que provoca, en ocasiones exige al envidioso verdaderos atropellos, mediante la emisión de órdenes o decisiones, absolutamente parciales e injustas, por lo humillantes y vejatorias.
Algo análogo ocurre cuando la envidia se da entre amigos, entre personas que se ven y se tratan diariamente, que conviven, que comparten vivencias de todo tipo, por lo que se está permitiendo y profundizando en la alimentación de la envidia por el envidiado desde la ignorancia, aquí el envidioso, suele utilizar el enmascaramiento de la hipocresía, como defensa de su desgracia.
Sin embargo, lo más corrosivo y lo que provoca mayor tristeza , amargura, y dolor, es la envidia entre hermanos, que se puede dar en todas las edades, pero que ante la existencia de los padres puede más o menos ser neutralizada en su expresión, pero que en la hora del alejamiento de los hijos por casamiento e independencia, cuando cada uno se sitúa lejos del otro, y por ello le toca defender sus propios intereses, y especialmente cuando llega el momento de la herencia, incluso en vida de los padres y en presencia de ellos, se pueden vivir verdaderos dramas.
La herida de la envidia se hace tan profunda, “al otro le ha tocado la mejor parte, ha salido beneficiado”, que puede llegar a cegar al envidioso, al considerarse tratado de forma injusta, de tal forma que, puede cometer cualquier tipo de acto, que puede ir, desde el enfado y el alejamiento, a la pelea, o incluso al asesinato.
Siempre, la envidia va a provocar conductas más o menos explícitas, de desprecio, rechazo, hacia el envidiado, sus comentarios siempre serán negativos, ignorará cualquier aspecto que éste tenga agradable, amable o positivo, y no aceptará actos de ayuda, colaboración, participación leal, del envidiado, será su mayor crítico, incluso se recreará ante cualquiera, sea conocido o no, en comentarios hirientes y despreciativos de infravaloración, enmascarándolo con cierta dosis de pena.
Llegará incluso si se lo permite la proximidad y la cercanía, a la instalación de trampas de todo tipo que torpedeen sus responsabilidades profesionales, o sus relaciones con los compañeros. El objetivo es la destrucción, es hacer desaparecer el motivo de su profundo sufrimiento. Unamuno decía que la envidia es la gangrena española.
Ocurre lo contrario ante cualquier noticia a propósito del fracaso de un individuo, al suponer para el envidioso un alivio inmenso, su mochila de rencor, rabia y agresividad, se verá aliviada, y falsamente expresará un sentimiento de dolor, cuando realmente lo es de disfrute, es un aliento de felicidad.
En cuanto al tratamiento, de entrada es realmente difícil, incluso en la mayoría de las situaciones imposible. Lo primero seria clarificar que todos en algunos momentos hemos envidiado, hemos admirado a alguien como persona o como autor de alguna obra, que en el fondo nos sirve de acicate, de estímulo para nuestra superación, nos demuestra que es posible conseguir, aquello que en principio nosotros sentíamos como imposible. Esta situación es lo que siempre hemos admitido como envidia sana o positiva.
Pero la verdadera envidia, como sentimiento arraigado históricamente, y que tanto hace suspirar al que la sufre, para su abordaje terapéutico, tenemos que distinguir, entre el sentimiento envidioso en sí, y las consecuencias que éste provoca, mediante el comportamiento con el que se expresa.
El sentimiento es casi imposible de controlar, es una emoción que nos invade y ahoga, situándose lejos de nuestro control como todos los sentimientos, otra cosa es el modo en el que éste se vive y se expresa. Cuando vivimos la envidia como sentimiento, cualquier individuo puede llegar a controlar los comentarios negativos, incluso las mentiras que comenta a cualquiera a propósito de la persona que envidia, o puede ser más educada y amble con él, y con su familia, esto es comportamiento y esto lo podemos aprender.
También se puede hacer alguna reflexión sobre la causa envidiada, lo normal es que si alguna persona alcanza un nivel económico importante, detrás de esta situación esté un comportamiento de esfuerzo, trabajo y abnegación. Se ha sacrificado, y lo ha sabido gestionar, luego es un bien lícito.
Los sentimientos nacen de lo más profundo de nuestro ser, nos invaden e impregnan como el amor, o el odio, y son por ello incontrolables por nuestra voluntad, ¿cómo podemos dejar de querer a un hijo?, lo que sí se puede conseguir es el control de ese sentimiento, mediante el condicionamiento de su expresión, aunque en mi criterio incluso este condicionamiento ofrecerá múltiples dificultades.
Fuente. Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra. Marzo 2019
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