En el momento en el que se encuentra nuestra sociedad, salpicada de tantos sinsabores, frustraciones, limitaciones, precariedades, desencuentros, protestas, órdenes contradictorias, o cuando menos confusas, rodeada a la vez de una nebulosa flotante que nos envuelve, mostrándonos unos nubarrones pesados y oscuros, que limitan ostensiblemente nuestro horizonte, hablar de esperanza es cuando menos atrevido, presuntuoso, e incluso puede resultar inadecuado.
Impresiona de estéril, desde nuestra conciencia colectiva, en plena tormenta con aparato eléctrico, que preludia claramente grandes catástrofes, traer al presente un sentido de esperanza, que es tanto como una vivencia de cambio, una expectativa en la que exista un mañana placentero, pero a pesar de nuestra penosa situación, no hay la menor duda de que puede salir el sol y llegar la luz, pasar de la agitación vibrante a la calma o serenidad, siempre a lo largo de los tiempos, ha ocurrido así, explosión, destrucción, y seguidamente el resplandor, es una simbiosis constante.
Además de un deseo, o de un sentimiento de llegar a poseer, tener o disfrutar, lo que uno quiere, la esperanza para la teología cristiana es una de las tres virtudes, en este caso aquella que nos permite mediante la fe, alcanzar la vida eterna, o la prolongación de la vida después de nuestra despedida terrenal.
La mitología griega explica la esperanza desde el mito de la caja de Pandora. Zeus, después de que Prometeo le robara el fuego para dárselo a los hombres, se enfureció, y regaló a Pandora la caja donde estaban encerrados todos los males del mundo. Pandora por curiosidad abrió la caja para ver su contenido, dejando en libertad todos los males, cerrando de forma inmediata la caja, atrapando la esperanza.
La esperanza representa, el anhelo e ilusión de conseguir, el asidero que nos permite seguir sin descanso ni fatiga, nos da fuerza para perseverar, redoblar esfuerzos, pensar e interiorizar que puede ser, que lo podemos conseguir, que en ocasiones es difícil complejo o duro, pero que es factible, posible, viable, en contra de la desesperanza que es la fatiga, el cansancio, desaliento, ralentización, la atomización o congelación, y al final, el abandono.
La esperanza es un fuerza interior, nacida desde los sentimientos, arraigada en nuestras creencias, desde donde irradia la fuerza que nos mantiene en actividad, observando, reflexionando, decidiendo, discriminando, tomando decisiones, desbrozando nuestro itinerario, y siempre motivados, con ilusión, con vitalidad, y con la confianza que nos permite sortear o superar, todo tipo de obstáculos.
La esperanza puede ser estúpida, vana, o carente de sentido, cuando no se dan las circunstancias como para esperar que se cumplan nuestros deseos. Un estudiante no puede esperar aprobar si no ha estudiado, o a nadie le puede tocar la lotería si no compra un décimo. Requiere una definición operativa de la meta deseada, y que ésta pueda ser factible, y además marcar el itinerario propicio, incluso si es posible, algunos alternativos, ante la posibilidad de que el principal nos plantee un problema insalvable.
Si a esto le sumamos el esfuerzo, la perseveración y la confianza en nuestras capacidades, en nuestras posibilidades, si no dudamos de nuestra energía, lo normal es que consigamos coronar nuestro camino con éxito.
Nuestra situación en este momento frente a la pandemia, es muy compleja, se dan muchas variables difíciles de controlar, estamos inmersos en una total dispersión, y esto conlleva cierta desorientación en los que tienen buena fe, y es una ventana abierta, para los que no la tienen, al poder cuestionar cualquier tipo de mensaje, por muy legítimo que sea este.
Hoy no nos encontramos en el punto de partida, pero hemos andado un largo trecho del camino, de tal forma que, nada nos es extraño, aunque siempre surjan curvas sin señalizar, pero tenemos todas las mimbres para poder tejer una estrategia, que puede ser esperanzadora.
Conocemos mejor el virus, sabemos más de su comportamiento a pesar de su complejidad, de cuáles son sus movimientos favoritos, y de forma especial como conecta con el individuo, y que repercusiones tiene este contacto, disponemos de experiencia en el tratamiento, tanto de los diversos cuadros clínicos que provoca, como de sus secuelas, somos conocedores de aquellos lugares o circunstancias, en las que campa a sus anchas, sabiendo todo esto que sabemos, solamente nos queda diseñar un plan estratégico.
Muchas veces hemos indicado que sin éste, no solamente no hay esperanza, sino que vivimos en la incertidumbre, y la impresión que se respira, que llega a los rincones de cada casa, a cada grupo social, es el de cierto desorden, o un orden anarquizado, cambiante, variable, inmaduro, laxo, permeable, flexible, y de muchos colores.
Nuestro momento es tan triste como confuso, incluso ignoramos el número total de fallecidos, pues el contaje al carecer de uniformidad, ninguna de las cifras se corresponde con la realidad, al ser requerida siempre su actualización. La esperanza serena y tranquilizadora en este caso, necesita de un orden contrastado, y de una uniformidad aceptada y apoyada en las diecisiete autonomías.
Autor Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander, Noviembre 2020.
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