Son las 5:45 horas, me despierto como cada mañana, no he pasado buena noche, el viento ha sacudido repetidamente la persiana de mi dormitorio, me levanto y cojo el periódico que ponen en mi puerta cada mañana, tomo el desayuno y le ojeo, Afganistán en portada, que fracaso de la comunidad llamada civilizada, emigrantes que se quedan en el cementerio llamado Mediterráneo, sube el consumo eléctrico, da comienzo la liga y los estadios comienzan a llenarse, y tomo nota de las cosas que tengo que resolver…
La infoxicación responde a un proceso complejo, que impregna, domina y dirige el comportamiento de las personas, al mantenerla de forma permanente sobre estimulada, fruto de los múltiples impactos de todo tipo, especialmente visuales, auditivos, táctiles y gustativos, a los que está sometida, pasivamente, receptiva de lo que ve, escucha… o de forma activa o provocada.
Está enriquecida por las distintas y cercanas redes sociales, que en su conjunto liberan grandes dosis de dopamina, y que nos empuja a hacer, aunque esto suponga nuestra lenta destrucción como persona equilibrada. Lao-Tse entre el siglo IV y VI aC, decía, “no hacer nada, es mejor que estar ocupado haciendo nada”, y Pascal en el siglo XVII decía, “que la persona es incapaz de quedarse quieto en una habitación”.
Este comportamiento humano, fruto del capitalismo, cuya esencia es la de producir más y más, relacionando eficiencia con ingresos, y generando sentimientos de culpa cuando no estamos activos, incluso en el tiempo de ocio, nuestro estado no sabe separar los tiempos de producción y de descanso, siguiendo el camino contrario, al decálogo, que Polonio recomienda a su hijo Laertes en Hamlet, en el que brilla especialmente la prudencia, reflexión y serenidad, “presta tus oídos pero no tu voz, se afable pero no vulgar en tu trato…” .
Cada día somos más impacientes, más imprudentes y menos consecuentes, al movernos a más velocidad, más rápidos. Nos movemos en el deseo de conseguir y conseguir todo, siempre estamos alerta, siempre, nuestro radar sensorial está en funcionamiento, conectado con el mundo externo e interno, ello nos hace esclavos de las cosas y de los hechos, de la totalidad de las circunstancias que nos rodean, y al no poder desconectar, incluso el ocio le sometemos a un orden, como si se tratara de una tarea más, planificamos, y ordenamos nuestros actos, nada se deja a la espontaneidad, nadie baja la guardia, nadie desenchufa el radar, obsesivos y dotados de anteojeras nos sometemos.
Incluso cuando esta situación se hace inaceptable porque nos ahoga, o nos asfixia, o nos somete a un ritmo que rompe el orden establecido, y nos dirigimos a buscar ayuda, el pensamiento positivo que nos proponen, tú vales mucho, tu puedes con todo, tus genes son resolutivos, sigue y no bajes la guardia, porque te sobra energía para superar cualquier tipo de adversidad, no se te olvide que tus capacidades junto a la constancia te permitirán alcanzar el éxito.
Este discurso muy común, sin quererlo nos hace protagonista de nuestra situación, cargando la culpa del fracaso sobre nuestros hombros, nos culpabiliza, haciéndonos ver que somos unos fracasados, porque pudiendo, no lo hemos conseguido, por lo que la frustración e infelicidad aumentan.
Hemos de entender que la exigencia de una permanente actividad, de un esfuerzo o exigencia permanente, no tiene porque redundar en una productividad mayor. Hay abundantes investigaciones que demuestran que, una limitación del tiempo por una hiperactividad, o actividad permanente, al estar conectado con nuestro quehacer de forma constante, crea un fenómeno llamado de túnel, en el que nos movemos en penumbra, en cierta oscuridad, por lo que nuestra actividad, además de nuestra certera operatividad disminuye. Se ha contrastado que nuestro CI disminuye más de 13 puntos, de tal forma que, el mantenimiento de una actividad permanente, nos hace menos productivos.
Esto ha ocasionado el nacimiento de un movimiento intelectual de rebeldía, contra esa hiperactividad aprendida dentro de una sociedad competitiva, poniendo en su lugar el cultivo de hechos o cosas simples, amenas, y agradables que incidan en el bienestar personal, en el deseo de buscar una desconexión de nuestra conciencia productiva, sabiendo que, si no cambias de dirección, lo normal es que termines donde has comenzado.
Ese deseo convertido en necesidad de conseguir, tener más, poseer, acumular, para exponernos como triunfadores, no solo no satisface y frustra, sino que engendra más necesidades y nuevos deseos, de aquí que demos paso a la serenidad, desde la que conseguir aquello que previamente señalemos como necesario, y posteriormente aprendamos a degustar el logro conseguido. “El que sabe contentarse con lo que tiene, siempre será feliz”. Dicho chino.
Fuente Dr Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2021.
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