Cuando hablamos de mentira, siempre nos referimos a una persona, que no nos cae bien, y que además falta a la verdad. Es muy significativo el hecho de que nos caiga mal, porque de no ser así tendemos a su justificación.
La mentira es siempre una elección, porque nosotros podemos controlar nuestro discurso, y con ello poder decir la verdad o no decirla, el individuo que miente y no sufre patología alguna, siempre es consciente de que miente, además de que esto puede tener su coste, en sus relaciones a nivel afectivo, o incluso a nivel administrativo o judicial.
Generalmente se puede mentir mediante la utilización de dos fórmulas, podemos ocultar la verdad, o podemos falsearla. Ocultar significa que nos quedamos con parte de la verdad, nuestro relato no es completo y por ello no es exacto. Falsear es ir más lejos, pues no solamente se retiene parte de la verdad, sino que además la manifestación que realiza es falsa, se han inventado los hechos.
Normalmente cuando se miente, se hace por omisión, la mentira parece de un tono menor y se acepta mejor, es socialmente menos brusca y censurable, por otra parte es más fácil su ejecución, no hay que inventar nada, sino silenciar hechos, y las posibilidades de su descubrimiento siempre son menores, además en caso de ser descubierto, el individuo se defiende mejor, la falta de memoria o atención, siempre supone un buen recurso. El recurso del falseamiento, generalmente se utiliza para el encubrimiento de alguna prueba, que pudiera demostrar los hechos temidos.
Se da en ocasiones, una tercera vía, y es aquella por la que de forma deliberada y consciente, el individuo asume no recordar lo que recuerda, por lo que de forma deliberada no lo manifiesta. En este caso la memoria juega un papel protagonista, pues caso de descubrirse, el individuo lo justificaría por no recordar.
En otras ocasiones se acude a fórmulas más o menos complejas, y estudiadas desde la premeditación, para la obtención de alguna ventaja. Se puede decir una verdad exagerada y distorsionada, de forma que se pueda llagar a pensar que no es la verdad, o también decir la verdad a medias, o la verdad con algunos mensajes que apunten a la posibilidad de la existencia de otras verdades. En todos estos casos, se dice la verdad, pero se hace mediante un discurso parcial, de aquí que sin faltar a la verdad, ésta no se exprese como tal.
El comportamiento del individuo frente a la posibilidad de mentir, transita, desde los que lo hacen con cierta facilidad, de forma espontánea, y los que son incapaces de decir nada que no sea cierto, por hábito, aprendizaje o costumbre. También están los que son capaces de mentir, y no lo hacen, por temor a ser descubiertos.
El sentimiento de culpa no existe en el mentiroso, incluso en ocasiones puede recurrir una y otra vez a la mentira, para poder cubrir mejor el engaño inicial, y si la mentira es sobre algo impersonal, además de no sentirla la enriquecen, sin rubor, cosa que no puede realizar el que no sabe mentir, porque el sentimiento de culpa lo invade antes de mentir, y le prohíbe referir algo que dentro de sus parámetros no sea cierto, siempre que la mentira sea sobre algo desconocido y nadie salga perjudicado.
Se puede dar un hecho que en principio impresiona de paradójico, y es la relación inversamente proporcional entre, el sentimiento de culpa por el engaño, y el recelo a ser detectado. Lo normal sería, que si el engaño se considera justificado, lo lógico es pensar, una reducción de la culpa por engañar, (la mentira está justificada), no obstante, ello aumenta el valor de lo que está en juego, y con ello el recelo a ser descubierto.
La detección de un relato mentiroso no es fácil, especialmente en individuos que lo hacen regularmente, dado que en el discurso, la palabra va acompañada por gestos, actitudes, movimientos, silencios, etc., artefactos, que bien manejados, ordenan un tipo lenguaje, en el que es difícil apreciar el contenido, al ser distorsionado por las formas.
Para la detección de una mentira, se recurre normalmente al polígrafo, que muestra gráficamente las respuestas emocionales, frente a la pregunta de hechos concretos, cuyas formas cambian, cuando al individuo le afecta el relato, y más cuando el hecho puntual se introduce dentro de un discurso plano y le sorprende.
Un aspecto interesante sobre la publicidad engañosa, o cualquier tipo de noticia o eslogan falso, es, que normalmente se piensa que estamos a salvo, dado que el proceso mental discurre de acuerdo al siguiente itinerario, escuchamos o vemos algo, lo almacenamos, reflexionamos y llegamos a concluir nuestra propia opinión o creencia. Pero lo normal es, que al recibir una información, siempre en principio la damos como cierta, para después pensar, si lo es, o no lo es. Así la mentira nos invade, se adueña de nosotros, y el trabajo es hacer que esta se olvide.
Mientras nuestro cerebro ha premiado la información recibida, que está interiorizada, y por naturaleza tiende a la eficiencia. El cerebro ha aprendido que es mejor estar seguro que arrepentirse, por lo que al final prima la información más simple, y como consecuencia la más fácil.
Reeducar en este sentido es muy difícil y costoso, las personas son por naturaleza crédulas, siempre es más fácil creer que dudar, por esto hay que iniciar un relato de las creencias, y seguir con un razonamiento laborioso, para poder inculcar nuevas versiones, no siempre fáciles.
De aquí las creencias tan diversas, incluso esperpénticas, instaladas en la sociedad, frente a todo un mundo científico, de tal forma que, puede seguir conviviendo entre nosotros, la resolución favorable de una enfermedad incurable, incluso frente a un gesto, una mirada, o un poco de hiervas misteriosa.
Fuente Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2022
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