Hace algunos años, mantengo una relación de amistad entrañable y cercana, con dos hermanas solteras, que superan los 70 años, carecen de hermanos y demás familia, y viven solas, una es funcionaria jubilada, y la otra responsable de las distintas actividades de la casa, siempre mantuvieron una buena y equilibrada relación, fundamentada en el afecto y respeto.
Hace dos años, la más joven de las dos, y encargada de las tareas domésticas, falleció, fue una muerte anucada, un tumor maligno y violento la fue restando lentamente capacidades, hasta que en año y medio desapareció de entre nosotros.
Su hermana obviamente lo pasó mal, ya sabía el desenlace, pero eso no disminuyó su dolor. Sola, pues carece de familiares, y apoyada siempre por un grupo muy querido de compañeras y amigas, pasó un primer año con enorme tristeza, con graves dificultades para salir y volcándose en las tareas de la casa, de la que carecía de experiencia.
La recomendamos que alquilara los servicios de una asistenta, y esto junto a nuestras conversaciones casi diarias, la permitió lentamente ir sintiéndose más segura, resuelta y animada, hasta llegar a realizar una vida normal.
Dentro del diálogo que manteníamos, hace dos días este giró alrededor de la celebración de la navidad, algo que ella no tenía ni tiene en gran estima, en la medida que siempre lo ha pasado con la hermana, y ocasionalmente acompañadas por alguna amiga. Su actitud, por la singularidad de su vida, por sus años, y por su historia personal, es puramente dramática. La navidad para ella es algo eterno y continuo, se da de forma permanente dentro de nuestro itinerario, en el que buscamos el mayor grado de bienestar, “yo me siento bien porque me siento dueña de mi vida, y de mis decisiones de acuerdo con mi criterio”, lo pasaré felizmente sola, coronando la cena con un postre especial, y la visión de una película desde la cama.
Esta situación me hizo recordar, pasadas unas horas y estando solo, una conversación que mantuve hace unos días con un joven amigo, médico con ejercicio en Barcelona. Su mujer joven médico trabaja en R.U. y no se puede desplazar, y a él le ha tocado hacer la guardia esos días, de tal forma que él pasará la noche con sus compañeros y pacientes, y ella de igual forma.
En principio me dijo que supuso una frustración, pues pensaba pasar unos días movidos, son jóvenes, llenos de amor y esperanza, pero que las circunstancias les han mostrado multitud de personas en peores circunstancias que las suyas, pacientes que sufren, que esperan con dolor, familiares llenos de tristeza, porque no pueden estar cerca del familiar que quieren.
Filtrados estos mensajes, al final nos queda la posibilidad de que una noche que hemos venido conviviendo desde la alegría y el amor, sea diferente, que no podamos estar juntos, que cada uno tenga que permanecer en su lugar, de acuerdo con el ejercicio de su vida, pero que algunos de nuestros familiares y amigos, tendrán que pasarla hospitalizados, sin compañía, o en situación de cierta gravedad, o incluso en una fase terminal, sin que ningún miembro de la familia le pueda ofrecer su mano, o una simple mirada de ternura y compañía.
¿Quién dijo que el itinerario de la vida era rectilíneo? ¿Quién pensó que sus sueños y fantasías iban a ser realidad? Todo es incierto, todo está sometido a la acción de múltiples variables, todo en definitiva es y a la vez puede dejar de ser. Acojamos este día con tanto entusiasmo como amor, y reforcemos nuestra esperanza, perseverando, siendo constantes en la lucha por el logro de nuestros deseos.
Por esto pensemos que nuestro tiempo es largo y frágil, y en el que pueden surgir estas y otras limitaciones o inconvenientes, pero hemos de tener en cuenta, que la euforia de los encuentros, cuando surgen, humaniza las emociones, surgiendo el placer, en algunos casos de forma infinita, pudiendo superar al dolor. Serenidad y aceptación en el respeto a todos los posibles acontecimientos, junto a la solidaridad y esperanza, en un mañana más humana y amable.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2022
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