La necesidad de un cambio de foto. Como todas las Navidades, fiestas enormemente familiares y arraigadas en nuestra sociedad, de singular bullicio, colores y ruido permanente, que transita desde una siembra permanente de petardos, a la machaconería de  villancicos cantados en cada esquina, todas las personas domiciliadas transitoriamente fuera de la región, normalmente si pueden, vuelven, o al menos una gran parte de las mismas, para reunirse con los suyos.

El calor de la familia, la vivencia de los recuerdos al traer al presente múltiples hechos pretéritos, en los que participaron haciéndoles felices a todos, el encuentro con padres, hermanos, hijos y amigos, con los que compartieron grandes momentos de su historia, y que cuya suma  forma parte de la biografía de cada uno, les  va a ayudar en su conjunto a seguir lejos del domicilio, a  seguir ajenos a lo que pasó, para poder centrarse en lo que está pasando, en el día a día,  es el combustible necesario para poder seguir, lejos del hogar.

El día de Nochebuena, ocasionalmente estaba en el vestuario de un club, había realizado mi ejercicio predilecto, y me estaba cambiando para ducharme, estábamos en el gimnasio, (los conté a posteriori), veinticinco personas, yo era la de mayor edad, junto a la de mi contrincante de juego.

El resto eran todos jóvenes, vigorosos, fuertes, llenos de alegría, verborréicos, inquietos juguetones, envueltos por un ambiente en el que se confundían los discursos, todos querían participar, inmiscuirse en tema objeto de discusión, era difícil clarificar discurso alguno, la algarabía, agitación psicomotriz, los continuos movimientos eran una constante.

Cada uno trataba de comentar donde residía, a que se dedicaba, como lo pasaba, cuál era su ambiente, su grado de satisfacción, que esperaba del futuro, como lo analizaba. Uno hablaba de Eslovenia, otro de Alemania, varios del R.U., en los que el Brexit era el motivo especial de discusión, los mas quizás del Benelux especialmente de Bélgica y Holanda. Los había de casi todas las profesiones, desde chapistas con empleo fijo, hasta abogados de derecho internacional, desde ejecutivos cualificados, hasta investigadores, pasando por sanitarios.

Alguno parecía haber llegado a un empleo fijo, seguro y bien remunerado, es decir al final de su itinerario, otro estaba situado en tránsito después de superar no pocas adversidades, y los más presumían de saber hacer las mejores hamburguesas del mundo, desde cuyo lugar esperaban el suyo, el que por su formación les correspondía.

Se trataba de personas muy jóvenes, y todas ellas de Cantabria, a nadie escuché que fuera de otro lugar, todos volvían por Navidad a reencontrarse con los suyos, al calor del hogar, al reencuentro con su pasado, a su ambiente natural, a sus charlas con sus amigos y conocidos, a las visitas de sus lugares preferidos, a recorrer su mundo querido, todos alegres, todos llenos de vida, de empuje y de esperanza.

Desde la atalaya que me permiten visionar mis años, pensé en mis hijos, en los hijos de mis amigos y en aquellos hijos de padres que conozco y no conozco, pensé en toda nuestra descendencia, pensé en el esfuerzo de todo tipo que hemos hecho para que pudieran conseguir su formación académica, su cultura cívica, su capacidad de lucha, pensé también en lo que ha puesto el estado, es decir todos en su conjunto, para el logro de esos frutos, pensé en esa desgraciada fotografía, de tantas persona jóvenes, generosas, trabajadoras y abnegadas, que teniendo el enorme capital de una formación envidiable, tienen que sufrir, y en ocasiones arrastrarse para conseguir un puesto de trabajo precario.

Y obviamente, no pude por menos de no entristecerme, no habíamos conseguido el resultado esperado, la cosecha no era la deseada, el objetivo por el que luchamos no se había cumplido. Una inversión en tiempo, sacrificio, negación, constancia, renuncia, esfuerzo, pérdida de sueño y demás cosas en algunas familias etc., ofreció como saldo final un hijo, muy bien formado, con altas capacidades, pero que las tiene que demostrar allende nuestras fronteras.

Parece que el correlato entre lo ofrecido y obtenido es tremendamente negativo, además de entristecedor, parece que el logro es muy escaso, pobre y gravemente desvirtuado, como si se tratara de un error, o de una fantasía, no parece que sea verdad, dar tanto y tanto para obtener tan poco.

No obstante, debo de añadir que, a la vez de esta tristeza sentí cierta alegría, nadie de los presentes expresó queja alguna, nadie estaba tan molesto o se sentía tan mal como para hacer un comentario, todos se expresaban desde la satisfacción, en sus palabras se manifestaba placer y alegría, el sacrificio que venían realizando en principio estaba siendo compensado, bien por haber obtenido sus logros, bien por la esperanza de poderlos conseguir. Son por ello valientes, generosos y solidarios, altruistas, impetuosos a la vez de prudentes por su inteligencia, saben aceptar la realidad, y eso es la base de la felicidad que les impregna y que salpica a su familia.

Pero junto a este dulce pensamiento de satisfacción, nació de inmediato una pregunta, ¿qué hacemos nosotros para cortar en lo posible, o mitigar esta sangría?, ¿cómo responde la sociedad en general y sus representantes a gestores en particular, cuyas caras se repiten y se repiten, año tras año?, ¿Estamos en el lugar adecuado haciendo lo adecuado?, ¿estamos realizando  aquello que conviene a la sociedad?, ¿o nuestra mirada sigue y sigue extrábica mirándonos los unos a los otros, temiendo perder nuestro sillón?. Convendrán conmigo que no es la mejor foto.           

Fuente: Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra. Enero 2019.