25 Jun 2020
J junio, 2020

La nueva normalidad

Baltasar Rodero

Partíamos de un ambiente de quejas no tumultuosas, sin grandes estridencias, y cada individuo por lo específicamente referido al grupo con el que se identificaba. Al sistema educativo, se le acusaba de no responder a las necesidades actuales, proponiendo de forma especial y reiterada, un acuerdo estable entre partidos.

Se apuntaba la falta de calidad de la formación profesional, así como la necesidad de apoyo empresarial, que la acercara a la realidad. Por otra parte se repetía que el universitario terminaba su formación, y estando bien formado en la teoría, no encontraba en nuestro medio empleo, teniendo obligatoriamente que emigrar a Europa. La investigación se la conocía como la cenicienta, nuestro apoyo económico estatal, está por debajo de la media europea.

El campo se repetía que estaba abandonado, los costes de producción de cualquier artículo, superaban los de compra, de aquí el movimiento de los “tractores a la calle”. Las pymes de forma especial, jugaban con el empleo de acuerdo con su conveniencia, los contratos se sucedían meses y meses, sin que llegara el definitivo, aunque el rendimiento fuera óptimo. Los taxistas competían con nuevas empresas, no tan castigados en tributos como ellos.

La sanidad seguía abandonándose, no se libraban las guardias, ni se contrataba personal para suplir vacaciones, cada día las plantillas se recortaban más, y además se estaba produciendo una privatización encubierta, la insatisfacción era generalizada, surgiendo el movimiento de las batas blancas.

En definitiva, pocas personas estaban satisfechas en el ejercicio de su trabajo, o de su rol específico, por ello las protestas abundaban, la inquietud, como sociedad viva era general, el miedo a las deslocalizaciones hacía temblar a la masa trabajadora, era un momento de paro base, mantenido, las jubilaciones se retrasaban sin mejoras, y la lucha se planteaba por una supervivencia digna, desde las manifestaciones semanales de los pensionistas en Bilbao, pasando por las batas blancas, hasta llegar al movimiento tractorista.

Este era el punto de partida, aderezado con la libertad de movimientos, amén de la posibilidad de cualquier encuentro familiar, y sin normas específicas sanitarias. Pero bruscamente, un buen día se conoce, que en China hay un brote infeccioso, que ha obligado a cerrar una ciudad populosa, por temor a que esta infección contagie al resto de la población. Lentamente vamos conociendo que la causa es un virus, parece que transmitido por un animal, y que su virulencia, agresividad, y letalidad es muy alta.

Se trata de un virus de la familia del coronavirus, cuyo primer contacto ya le tuvimos en los años, 2002, y 2012, pero la realidad es que es, más agresivo, más contagioso, más letal, y además carecemos de armas para su contención y tratamiento.

El virus va caminando lentamente invadiendo países, y provocando infecciones graves, y muy graves, y vamos asistiendo a un número alto de contagios diarios y de fallecidos, que recuerdan otras epidemias desgraciadas, por lo que se impone el estado alama sanitaria, con la reclusión domiciliaria de todos los individuos, con excepción de los que vengan realizando tareas esenciales, a la vez que se promulgan normas de higiene para su contención. Se sobrecarga el sistema sanitario, viviendo la sospecha, de que en algún momento sea incapaz de responder a la demanda social.

Surge la necesidad urgente de material específico, y aquí entró el mercadeo, seres indeseables, sin dignidad, propios de bazofia, que sabiendo la escasez de todo tipo de material, guantes, gorros, mascarillas, buzos, gafas, acaparan todas las existencias del mercado, poniendo un precio injustificable, a lo que se suma en ocasiones la venta de material defectuoso, o fraudulento.

Caminamos con las familias separadas, pues los abuelos son personal vulnerable, que hay que separar de los niños, surgiendo en ocasiones problemas emocionales, miedo, obsesiones, nerviosismo, insomnio, no pudiendo además asistir al sepelio de un familiar, por la alta tasa de fallecidos, además de por carecer de espacio, suponiendo la aglomeración de personas un peligro.

Las empresas cerraron, las pequeñas en su totalidad, y las menos pequeñas, conservaron una mínima plantilla. Surgieron dificultades en las familias, además de por incomunicaciones, por problemas económicos, pues había dejado de entrar un sueldo en casa. Al dolor, miedo, o ansiedad, por la enfermedad, se une la esperanza, de algún día estar en el lugar que abandonamos.

Pero ese día, después de superada la epidemia, nos encontraremos en un lugar diferente, incluso en un mundo diferente, un mundo en el que el miedo seguirá ensombreciendo todo, porque, entre otras cosas, podemos iniciar nuevamente otro periodo penoso.

Pero lo esencial es que nacerá un tiempo, que será transitorio, hasta la aparición de la vacuna, y estará marcado, por la persistencia de las diferentes normas de higiene, de aplicación generalizada, junto a un mayor nivel de pobreza contenida, por las diferentes subvenciones administrativas, y el desarrollo de un programa sanitario-social, que nos acercará a un mejor conocimiento y tratamiento, de un brote esporádico, o de una nueva pandemia.

La nueva normalidad en principio, será pasajera, más triste, más recogida, más temerosa, más congelada en movimientos, y con un futuro más incierto. Pero el esfuerzo, la cooperación, y la constancia de cada individuo, junto con la suplantación de un diálogo inteligente, por la lucha mediocre de egos de nuestros políticos, nos permitirán al final alcanzar, el bienestar deseado.

Autor Dr Baltasar Rodero, Psiquiatra, Junio 2020