La píldora de la felicidad. Hace unos meses una señora británica, Jo Cameron, pobló todos los periódicos y demás medios de comunicación de todo el mundo, se había descubierto que era inmune al dolor, en su cerebro se hallaron concentraciones altas de cannabinoides endógenos, con efectos parecidos a los de la marihuana. En la aplicación de los test de ansiedad y depresión, se obtuvieron en ambas cero puntos de las escalas comprendidas entre 0 y 21 puntos para la ansiedad, y 0 y 20 para la depresión. Ello significaba que no sentía ningún tipo de dolor, era pues diferente, original, distinta: según ella, se sentía “estúpidamente feliz”.
Se le quemaban sus manos al cocinar y solo se daba cuenta por el olor a carne quemada, pues no sentía dolor alguno, se asemejaba a los ciudadanos de “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, libro publicado en 1931 donde el “soma” produce un estado de pura felicidad hasta el final de la vida: los mayores siguen implicados en su quehacer, con plena actividad y absoluta ilusión.
Esto obviamente ha despertado dentro de la sociedad en general, y específicamente entre el colectivo de pensadores, filósofos e investigadores, la curiosidad que por otra parte nunca nos había abandonado, de una posible pastilla de la felicidad que nos sitúe en ausencia permanente del dolor, de la frustración, de las emociones negativas.
Porque, por otra parte, ya existen sustancias que provocan de forma artificial ciertos estados de éxtasis, de puro bienestar, como la heroína, pero obviamente es una felicidad efímera, junto a una infelicidad permanente y eterna.
Otras sustancias, la coca, el éxtasis, el valium, al provocar la liberación de serotonina, dopamina y oxitocina, pueden inducir cierto estado de bienestar, pero según los casos, este bienestar significaría una medicalización de la vida, como concepto biomédico que jamás podría situar al individuo en su estado real de conciencia, pues la sensibilidad y el contacto con los demás no sería el mismo. Pensemos en una persona que ha tomado dos o tres copas de vino en ayunas: sus sensaciones no cumplen el criterio de normales.
Hoy se sabe, después de diferentes investigaciones, que un estado de bienestar permanente supone para la salud un efecto más positivo que la suma de las emociones recibidas a lo largo de la vida, y que el nivel de satisfacción tiene una clara influencia sobre la salud pero por otra parte, las emociones negativas nos enseñan, nos permiten situarnos en la vida con un mayor grado de seguridad. De hecho, ¿qué sería de nosotros si nos sintiéramos miedo? Nuestra vida sería un verdadero caos, lo mismo ocurriría al no sentir dolor, andaríamos por un monte como lo hacemos por un escenario, y al final los derrumbaríamos por luxaciones, fracturas u otras patologías sin que por ello percibiéramos ni sintomatología alguna ni miedo.
La felicidad es un estado que nace de una percepción satisfactoria de la vida, de un sentimiento de placer de lo que observo realizado, de un estado pleno e ilusionante de lo que me queda por hacer, de un sentimiento interior de gustarnos, de querernos, de estar satisfechos con nosotros, de sentirnos nosotros en definitiva.
Una pastilla nos puede trasladar, nos puede situar en un lugar determinado, que no es el nuestro, aquel que nos corresponde desde la normalidad, es ajeno y lejano el propio, aunque puede insuflarnos cierto bienestar pero dejamos de ser nosotros para hacer otros diferentes, con sensaciones, emociones y sentimientos situados en otras coordenadas, y eso por un tiempo siempre transitorio y concreto al final del cual al pasarse los efectos de las sustancias citadas, volvemos a hacer nosotros pero con una observación más negativa de la realidad, al haber visitado un lugar en el que nos hemos sentido llenos y felices.
La felicidad nace del deseo de la necesidad , de la búsqueda, de la lucha junto a la constancia de obtener, de ser, de conseguir, de estar o de situarse, es un camino largo, costoso y dulce, porque en el vamos acariciando al fin, vamos disfrutando de la meta, estamos en una hermosa antesala que en ocasiones es larga pero siempre es bella, grandiosa, hermosa y placentera y cuando se abre el portón previo a la meta la felicidad explosiona en su belleza, el éxtasis es infinito y vibrante, conmovedor, lleno de fortaleza, tanto que en su fuerza casi sobre humana nos impulsa hacia la próxima meta y así seguimos nuestro itinerario. El deseo decía Schopenhauer, es siempre prolongado, incluso tiende al infinito mientras que la satisfacción es corta, es un logro siempre efímero pero atronador en nuestra alma.
La medicalización no es ni puede tener como objetivo la consecución de la felicidad, incluso yo diría que nos aleja de ella al ser esta un estado efímero y artificial, como el enamoramiento. La medicalización cuándo es objetiva, adecuada y científicamente indicada, nos acerca a nuestra realidad, y esto es de lo que se trata, es su objetivo, no puede tener otro, de tal forma que el tímido seguirá siendo tímido y el pesimista pesimista: no nos cambia, nos sitúa en el lugar que abandonamos al enfermar.
La felicidad nos exalta, nos ilusiona, es como un enorme foco de luz que nos atrae, que inconscientemente perseguimos y además lo hacemos constantemente sin descanso. Luchamos, presionamos sin fatiga, seguimos y seguimos, es el motor de nuestra vida, es nuestro oxígeno, nuestra fuerza, que no se gasta, hasta que al final cuando se envejece se abandona aunque siempre quedando alguna brizna que la pondremos al servicio de los hijos o nietos por lo que la felicidad no tiene fin jamás.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero. Psiquiatra. Abril 2019
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