La pueril alegría del candidato en política. Antes que Voltaire, incluso que Locke, con su, «carta sobre la tolerancia”, Spinoza se había convertido en el padre de nuestra política moderna, al defender con la claridad que le es propia, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, la libertad de creencias y de expresión, el pacto social, la democracia, la laicidad, la separación del poder político y religioso, en definitiva, fue el primero en visionar nuestra actual democracia.

No obstante, lo que le hace referente, a la vez de moderno, es la apreciación de la falta de sentimiento de racionalidad del individuo, ello hace entre otras cosas que, acepte la norma por miedo a las consecuencias, más que por profunda convicción, por respeto o incluso por civismo o responsabilidad social.

Esto conlleva o implica siempre una enorme debilidad para la democracia, de aquí la importancia de la educación y de los educadores, que como hemos defendido nosotros en varias ocasiones, no se deben limitar a la enseñanza de conocimientos, deben de ir más allá y transmitir los conceptos de ciudadanía, que impliquen saber estar con los demás en el mundo, ser en definitiva con los otros, aspirando a situarse en un medio homeostático, en el respeto a la igualdad, solidaridad, conocimiento de uno mismo, y de la razón. Spinoza decía que el hombre está hecho para vivir con los demás hombres, y Montague hablaba, del «deseo de cabezas bien formadas, no bien llenas».

Es un hecho que, cuanto más capacidad tenga cualquier individuo, de disponer de un juicio, seguro y reflexivo, que le ayude a discernir, escrutar y criticar, más útil será a los demás, y a la sociedad en general. Nuestras democracias, serán más sólidas, inquebrantables y estables, si los individuos que las formas son capaces, de  dominar sus pasiones. De ello, se deduce que los individuos despreciando la razón, y siguiendo sus emociones, pueden elegir, desde al tonto del pueblo, o a algún dictador.

Es en mi criterio alarmante, observar tanta felicidad, en los gestos, actitudes, movimientos y discursos, de los diferentes candidatos, situados en las listas electorales a la hora de su presentación como tales, recuerdan a las diferentes representaciones acaecidas y retransmitidas vía T.V, el día después del sorteo de la lotería de navidad, solo falta el cava en la impronta de la foto, aunque por el formato de expresión explosiva , alegre y agitada, se puede suponer  que previamente a la foto, o posteriormente,  alguno se lo permita. “Más que las ideas, a los hombres les separan los intereses”, decía, Tocqueville.

Ante este escenario, uno se pregunta, ¿ estaremos frente a un hecho que venga definido por el interés?, porque cualquiera entiende de forma razonable que, cuando un individuo es investido con una armadura tan pesada, en todos los sentidos, tan seria, tan vigorosa, tan responsable, y de la que deberá dar puntual información, o rendir cuentas, ante los ciudadanos que le han elegido, razón por la que se sitúa en ese estrado de la vida, si éste ciudadano fuera normalmente coherente con el significado del acto, y le viviera y sintiera desde sus tripas, desde la exigencia que él mismo entraña, quizá la sonrisa al verse cumplido sus deseos, se viera por lo menos contenida. La carga de la responsabilidad contraída, el peso de la labor o esfuerzo que ésta exige, la trascendencia de lo que  significa, en definitiva, se lo demanda. 

Es aquí, donde impresiona que las emociones, invaden y superan a la esperanza, a la que se suma la fantasía, provocando normalmente en ocasiones, dificultades para establecer delimitaciones específicas del comportamiento,  que desbordan al individuo, rompen sus parámetros de crítica, y carentes de límites, es fácil  que el fanatismo les invada, les impregne en su totalidad, por lo que su verbo ocasionalmente puede tener un sentido o contenido, que más que a la razón, responda a su estado emocional, que por la seguridad identitaria que le provoca, puede convertirse en su fiel aliado. Naciendo así el fanatismo.

Otros, menos vitales, desde actitudes pasivas y menos participativas, parecen no sentirse rehenes de sus propias opiniones, y con luz atenuada, van perdiendo peso en su tránsito, convirtiéndose en carrileros de las ideas que interesan al partido, a la vez de vehículo de intermediación del interés personal y del de los suyos, disponen de autonomía y cierta libertad, y se establece como balanza de cierto tipo de equilibrio, entre lo que sirvo y me sirvo.

En el centro del escenario se sitúan los que mueven los hilos, los que toman las decisiones, cuyas emociones están atomizadas, pues son correas de transmisión de un entramado de intereses, que jamás se sabe donde se inician, por la complejidad de la obra ,porque obliga, para que ésta sea ejecutada, de la forma más armoniosa posible, a la interpretación de ese papel, para lo que se necesita: óptimo aparato receptor, una visión especial para visionar la realidad profunda, y poder para trascenderla, y habilidades especiales para navegar en la ambivalencia, con lo que se obtenga el resultado que se obtenga, siempre será el deseado. No tiene derecho a sentir emociones, es un lujo,  ponen  en riesgo su serenidad, eso si, las emociones se reservan para cuando el guión las exija.

 Fuente. Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra. Marzo 2019