Quizás se trate de uno de los mayores crímenes, que los humanos podemos cometer, al amputar de raíz la felicidad de una persona, al talar de forma radical su vida, al condenarle eternamente a una vida perturbada, desazonada, itinerante, en la que jamás encuentre descanso en lugar alguno.

Ni consejos, ni orientaciones, ni la solidaridad de compañeros, familia y amigos, nadie puede aportar nada que facilite cierta paz interior, que como un motor en marcha permanente, no permite descanso, sosiego, tranquilidad, ni un hilo de paz.

Uno de cada cinco menores, calcula el Consejo Europeo, ha sufrido abusos sexuales o violaciones, siendo en más de la mitad de los casos forzada, más de una vez. Esta cifra es algo superior, si la referimos de forma específica a las niñas, pasando del 20% a más de un 25%.

Todas, o una mayoría que rondaría el 90%, tienen en común algo que jamás se nos debe de olvidar, los depredadores son cercanos y por ello conocidos. El novio de la hermana mayor que llega a ver a su novia y que le entretiene su hermana pequeña, el primo mayor que ocasionalmente un día llevó a la cama a la niña, estaba dando guerra, el tío amable siempre dispuesto a cuidar a los sobrinos, el vecino muy educado y cariñoso que le gustan los niños, y que siempre les trae regalos, el matrimonio amigo, con el comparte la familia tiempo y ocio, siempre atento a cuidar a los niños.

Generalmente todo comienza como un juego agradable y divertido, nadie ni padres ni familia puede observar desconfianza alguna, además se trata de personas buenas, amables, educadas, cariñosas y cercanas, ¿quién va a desconfiar de nada? La convivencia es agradable y positiva, es francamente ilusionante, el niño o niña espera con ansiedad la llegada de esa persona, por lo simpática y cariñosa, además de que generalmente siempre trae algún premio, de aquí que no se dé sospecha de ningún tipo.

Pero un día comienza el jugueteo, el acercamiento excesivo con tocamiento enmascarado por el juego, generalmente de cosquillas, el juego va a más y se dan carreras, haber quien es más rápido, y se caen, y juegan en el suelo, y lentamente se va dando acercamiento y confianza en un ambiente de placer, de alegría, de pasarlo bien, de aquí que el menor está casi deseando de ver al depredador, es una figura importante.

Sigue este proceso, y se inicia los tocamientos medio explícitos dentro del juego, el menor no tiene conciencia de lo que está sucediendo, y sigue el juego porque le distrae y le gusta, hasta que una día puede ser consciente de que algo no es normal, no es correcto, no entra dentro de un comportamiento normal, y aquí nace la duda, que dependiendo de la edad va a tener diferentes respuestas.

Si el menor es inconsciente de la trascendencia del tema, pero entiende que algo no es correcto, lo comentará con los padres, especialmente con la madre, que en ocasiones, dependiendo de la amistad con el depredador, dará valor al relato de la niña, o no, bajo el paraguas de que se trata de una fantasía, condenando a la menor a su desgracia eterna. Se volverá desconfiada, sufrirá una regresión comportamental, dormirá peor, incluso se hará pis, su forma de ser cambiará, haciéndose más impertinente, agresiva, irascible y protestona.

En otros casos, cuando es algo mayor, y tiene conciencia de lo que ha ocurrido, se enfrenta al agresor, y se da la duda de comentarlo a los padres, ¿por qué la van a creer?, tendrán más fe en la persona mayor, pensarán que lo que busca es tener protagonismo, de aquí que ahogue su ira, cambie su carácter, haciéndose más agresiva, y se aleje emocionalmente de la familia.

En otras situaciones se convence y piensa, que es positivo comentarlo, porque el depredador sigue viniendo por casa y le tiene que ver, pero al principio la lucha es titánica, ¿cómo un amigo, un tío, el novio de la hermana, puede ser protagonista de un hecho tan deleznable? Además hay muchos intereses en juego, por lo que la duda al principio es normal, algo que agrava el dolor del menor, que tiene que asistir a reuniones en los que su verdugo bebe y ríe.

En otras ocasiones, ya sensibilizados todos con el problema, los padres lo entienden, lo comporten y apoyan desde el principio al menor, dándole fuerza y seguridad, esto facilita la superación del hecho.

De todas formas, en esencia se trata de un trauma emocional muy grave, que provoca profundas heridas, y que en ocasiones sus secuelas persisten hasta el final de la vida, al surgir un sentimiento de culpa, por una cooperación fantaseada, porque nadie tiene derecho a penetrar en los sentimientos, especialmente de un menor, para retorcerlos, cuando estos están en plena formación.

Estemos vigilantes sin jamás bajar la guardia, los depredadores son como serpientes, se arrastran sutil y silenciosamente, y muerden cuando nadie lo espera, liberando todo su veneno.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023