Fue la casualidad la que intervino, en mi cariño o necesidad de iniciarme en el juego de tenis. Confieso que jamás he visto un partido, de juego de bolos o de fútbol… quizás he visto algo por la T.V, en cuanto al tenis, lo vi, y me hizo sentir algo inexplicable. Me sentí atraído, por la habilidad que cada jugador mostraba, al tocar una pelota, que viniendo de mil formas diferentes, se podía colocar en el lado contrario de la red, y además dentro del campo de juego. Me pareció retador, y fruto de una destreza de movimientos. Recorrido; hay que buscar el punto desde donde golpear la pelota. Colocación; porque hay que tener una buena base para dar potencia al golpe. Equilibrio, la postura tiene que ser aquella que exija la dirección, que trae la bola. Astucia, para situarla, además de en el campo del contrario, lejos del contrario, o a sus pies, de tal forma que dificulte su golpeo; y todo en su conjunto, va a premiar la ligereza psicomotriz de cada contrincante, así como su inteligencia espacial, anteponiéndose a la llegada de la bola a su lugar, para que el ejercicio de su pegada, sea lo más rápida y precisa posible.
Para mí, fue desde un primer momento un enorme placer, primero observar la jugada, la que sea, y después repasar su realización, esto sí, supuso un antes y un después en mi vida; el placer ha sido siempre tan hermoso, que años y años, he venido jugando, incluso sábados y domingos, prohibiéndome conocer las bellezas de nuestra región, pues hay grandes espacios geográficos, que se alaban desde todos los rincones, y que no he visitado por jugar un partido. He dejado todo, a la hora de jugar, éste, el juego, ha sido el gran protagonista en mi vida. Quise, porque algún amigo hacia golf, adentrarme en sus misterios, me sacrifiqué, asistí a clase, saqué el hándicap, salí al campo, pero siempre fui forzado, no sentía nada, solo vergüenza de la distancia, entre mi rigidez, y la alegría, que no llegaba a contagiarme de mis compañeros; por otra parte, había que disponer como mínimo de cuatro horas, y yo no podía, por lo que lo abandoné.
Fue el tenis el que me atrapó, el que me dio lo que buscaba, ignorando que lo buscaba, me dio libertad; en ese momento mi consciente se situaba en un estado situado en otra dimensión, me dio alegría; o satisfacción, hacia lo que me gustaba, me dio plenitud; yo cuando juego no necesito más, no deseo más, quiero seguir jugando; y me dio desconexión de la realidad, siempre dura, áspera, frustrante, hiriente, especialmente cuando entras en la vida y adquieres responsabilidades, de tal forma que, cuando das a la pelota, la única responsabilidad es pegarla, y superar la red, además de situarla en el lugar más adecuado, para dificultar su devolución, no existe más mundo, es pequeño, pero es enorme, porque ocupa toda una vida, la real y la fantasiosa.
Creo, que teniendo en cuenta esta premisa, el tenis me atrapó, porque cuando me inicié, arañando tiempo al sueño y a la comida, muchos días no tenía tiempo de comer, porque el monitor me daba la clase a las quince horas, y después tenía que iniciar el trabajo en mi consulta, encontré la salvación a la mejor salida de la selva, en la que sin darme cuenta vivía, encontré mi sanación, mi trabajo era muy responsable, y carecía de la experiencia que mi conciencia me exigía, tenía que estudiar, escuchar, observar, vivir errores meditados en ocasiones, y medidos en otras, con lo que mi estado emocional, no era del todo estable. Por esto cuando llegué al tenis, y viví, además de sentir, que si llevaba un problema en mi mente, no sabía pegar la bola, y menos dirigirla, tuve que barrer todo tipo de recuerdos, y fijar los necesarios para seguir aprendiendo, y así es como comencé a pasar bolas, placer sin límites, inigualable, sanador.
Porque el deporte, rejuvenece; te mantiene con más tono; te exige un claro compromiso; te llena de dopamina; que propicia un estado exuberante, además socializa; participas sin querer, incluso en ocasiones es tanta tu euforia, que brotan del inconsciente, ideas que con la rigidez y crítica naturales, te las censuras, quedando más relajado, más expansivo, y más locuaz y esperanzado, con más ilusión, es además; el mejor antibiótico del comportamiento, porque te exige disciplina, honestidad, rigor, seriedad. Al final te pone los pies en la tierra; al enseñarte algo lleno de sustancia, “siempre hay alguien mejor que tú”. ¡Qué sana es esta receta!
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023
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