Hoy por la mañana, como todos los fines de semana, me dediqué a dar el paseo preceptivo, un paseo de placer, en el que junto a un amigo comentamos los diferentes acontecimientos sociales, familiares y también los individuales. Como no podía ser de otra forma, dado el momento en el que nos encontramos, sacamos a la luz la pandemia que venimos sufriendo, y que ha afectado a alguno de nuestros familiares, además de algún amigo, compañero, conocido, vecino, entre los que se han dado algún caso de fallecimiento.
Haciendo un repaso superficial del problema, el incremento de la incidencia, que jamás ha desaparecido, viene siempre precedida del disfrute de algún puente. Si nos centramos en las dos últimas olas, la quinta adquiere una robustez importante alrededor del puente del Pilar, crece de forma agresiva en el puente de la Constitución, de tal forma que llegan las Navidades, y el ascenso de la curva es gigantesco, por lo que las fiestas no son tal, pierden su esencia, no se parecen en nada a las usuales, cada uno lo pasa como puede, y todos, o la mayoría, en solitario y con miedo. La respuesta oficial son los cierres perimetrales, el aislamiento, el recogimiento, el distanciamiento los unos de los otros, las mascarillas, surgiendo de nuevo un paso más, hacia el empobrecimiento, y la triste expectación.
Se cierran la hostelería y negocios afines, y se establecen criterios de restricción general, aplicados a los centros comunitarios que nos afectan a todos, este sacrificio va cosechando sus frutos, comienza a disminuir la incidencia, a relajarse los hábitos, los cierres se flexibilizan, se observa una mejoría ostensible en el verano, y lo fundamental, se aprecian los efectos de la esperada vacuna, la esperanza se ha hecho realidad, ha llegado la salvación, este era el sentir general, además llegaron en cantidad suficiente, hubo una buena distribución por territorios, y con excepción de los autoexcluidos, todos ellos con rasgos obsesivos cercanos a la psicopatía, la vacunación se produjo con normalidad, incluso hoy rematada con la tercera dosis, porque los anticuerpos producidos por las dos dosis, no duraban en cantidad suficiente en nuestro organismo el tiempo deseado, y además se ha comenzado a vacunar a los menores.
Con este proceso vacunal, parece que nos habíamos situado al final del camino, nos sentimos seguros, aunque un grupo entre los que se incluye una minoría de sanitarios, no se había vacunado, pensamos que la gravedad, e incluso la alta incidencia había quedado atrás, pero llegamos nuevamente al puente del Pilar, que se remata con el correspondiente al de la Constitución, apareciendo de forma simultánea una nueva mutación del virus, Omicron, y sin darnos cuenta, la incidencia situada en 50 por 100.000 habitantes en octubre, pasa en un mes, a más de 700, y sigue incrementándose de forma alarmante, hasta situarse en más de 2.000, junto a un incremento de las hospitalizaciones, y la repoblación de las UCIS, que si bien la impresión es que se trata de casos más leves, lo cierto es que algunos son graves, dándose el caso de algún fallecimiento.
La impronta desde cierta perspectiva, es que, después de tantas restricciones de locales y negocios, después de la adquisición de ciertos hábitos, mascarilla, distancia, control de aerosoles, espacios abiertos, disminución de las reuniones, además vacunaciones en masa, esperadas como agua de mayo, en la esperanza de que podíamos tocar el fin de la partida, nuevamente llega Navidad, y nuestro sentimiento ha sido de temor, desorientación, tristeza, y de enorme frustración, y esto no puede ser, no podemos seguir así, no podemos repetir nuestros comportamientos, administración y ciudadanos hemos de cambiar, porque según Lao Tse, “si no cambias de dirección, lo normal es que llegues al mismo lugar”, ¿nos suena?
Nos recuperamos, nos sentimos más seguros, más libres para movernos, para acercarnos a la dinámica de 2019, pero entramos en un puente y nos desinhibimos, olvidamos cual es nuestra especial situación, que además de en precario, se nos ha impuesto compartir espacios con personas asociales, carentes de respeto a las normas de convivencia, no vacunadas, y como el virus lo trasportamos al lugar donde nos dirigimos, encendemos bruscamente la hoguera del horror en este lugar, surgiendo una nueva ola, que comenzando con una incidencia imperceptible, se incremente bruscamente de forma exponencial, hasta exigir nuevas restricciones, esto si sus señorías lo autorizan, hasta esto, sus señorías dando lecciones de epidemiología, a los virólogos y a los especialistas en salud pública. A esto además podemos sumar, la aparición de una mutación, que posiblemente no será la última.
Autor Dr Baltasar Rodero, Psiquiatra, Enero 2022.
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