17 Oct 2019
J octubre, 2019

Personalidad Altamente Sensible

Baltasar Rodero

Hace unos meses una joven casada, con una hija de dos años, me comentó irritada, angustiada, desbordada, que su matrimonio ha sido un fracaso, que no puede aguantar más, y que necesita ayuda porque teme perder el control.
Después de una convivencia de siete años, la paciente refiere que, ha perdido la energía, que no le quedan reservas, que esta desinflada, “no doy más de sí», he aceptado todo desde el silencio, son múltiples y desagradables circunstancias las que he tenido que integrar, pero mi capacidad ha tocado techo, no puedo más, me siento desfallecida.

Acepté, aguanté, no quise oponerme, no dije jamás no, integré desde el silencio aunque atragantada, la implicación de mi suegra en el matrimonio, del que forma parte activa, tanto, que últimamente ella es la que ejerce de madre de mi niña, y como es por mi bien, como dice ella y acepta mi marido, estoy obligada, no solamente a aceptarlo, sino a agradecerlo.

Y lo peor, dice, es que mi marido es consciente de todo, pero anda a su aire, como se lo dan hecho , no tiene más comentario que el del agradecimiento a sus padres, y de forma especial a su madre, vivimos en viviendas cercanas, aunque solamente ocupamos normalmente una, en la que no puedo tener ningún tipo de iniciativa, porque siempre llego tarde.

Trabajo fuera de casa, es un trabajo exigente porque soy responsable de siete personas, me exige mucho física y mentalmente, necesitamos ayuda, esto es cierto, pero nos han invadido, porque mi casa que deseé con tanta ansiedad, no es mi casa, no la siento mía, no me siento a gusto en ella, no descanso, no me puedo relajar, sirve a otros intereses, en ocasiones muy lejos de los míos.

Yo, es cierto, no me he sabido enfrentar a esta situación, al principio supuso un alivio, me facilitó el ejercicio responsable de mi trabajo, y aunque no solicitamos ayuda se nos impuso, después he bajado la guardia, y el proceso me ha superado, he ido perdiendo terreno, presencia, autoridad, protagonismo, etc., en la medida que mi suegra lo ha ido adquiriendo, llegando su responsabilidad tan lejos, que nos programa el fin de semana, y lo más sorprendente, sin crítica alguna por parte de mi esposo.

Siempre, es cierto, me ha ocurrido algo parecido, he servido y facilitado las cosas a los demás, me he situado en una actitud de servicio, de generosidad, me satisface ayudar, servir a cualquier persona que exprese una necesidad, nunca he sabido decir no, negarme ante una petición, aunque siempre he sido muy criticada en mi casa por esta actitud, pues las frustraciones que me ha ocasionado han sido incontables.

Porque lo normal, lo que todo el mundo espera, es que cuando haces un favor a alguna persona , cuando generosamente le prestes algún servicio, ésta, cuando tu lo necesites te ayuda, se sitúa a tu lado, entiende y comparte tu necesidad, y esto en múltiples ocasiones no ha sucedido, esperaba, creía, pensaba, que después de mi acción tendría algún tipo de recompensa, pero ésta no llegaba, incluso en ocasiones se daban situaciones inexplicables, porque además de no darse la cercanía o el calor del agradecimiento, asistía a cierta lejanía.

Esta actitud, de desear, de querer implicarse, de colaborar o servir, junto al recibimiento de múltiples frustraciones, por marginaciones o desprecios, más o menos explícitos, hasta llegar a ignorarme, ha marcado toda mi vida, por lo que el sufrimiento ha sido permanente.

Puedo afirmar que no recuerdo un tiempo en el que me haya sentido bien, que quiere decir comprendida y aceptada, jamás me he sentido feliz, he luchado siempre contra corriente, he pretendido dar, ayudar, pero siempre me han rechazado, activa o pasivamente, nunca me he sentido tratada en igualdad de condiciones que otras personas, esto me ha hecho sentirme rara, diferente, distinta, inadecuada, por lo que la soledad, dentro de esa estúpida alegría que trataba de expresar a los demás, ha sido desoladora.

Este sufrimiento se remonta al principio de mi vida, quería ser graciosa como los demás, alegre y simpática como pensaba que eran todos, y no lo conseguía, no percibía la respuesta que buscaba, y me hundía en la tristeza, de tal forma que estos vaivenes en la búsqueda, con forzada sonrisa, de afecto y aceptación de los otros, ha sido una constante.

Además, como en este caso, se trata de poner a mi suegra en su sitio, recordándole quien es el referente de autoridad en mi casa, quien dispone y toma las decisiones, quien es la responsable de la educación de mi hija, etc., me domina una ambivalencia de sentimientos, es mi obligación cumplir con mi papel de esposa y madre, pero a la vez le temo, porque son pocas las personas que me quieren, y en consecuencia, aumentan mi sufrimiento e incertidumbre.

En este relato, podemos observar un típico perfil de personalidad altamente sensible, se aprecian como ingredientes, una exagerada sensibilidad frente a la opinión de los demás, la inseguridad base de la ambivalencia, el deseo de afecto y aceptación, la incapacidad para oponerse y decir no, así como la dificultad para autoafirmarse, y tomar el mando de su vida, junto a un estado permanente de sufrimiento, en el que de forma episódica se suscitan episodios de ansiedad, y de depresión.

Fuente: Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra Octubre 2019