En nuestra convivencia normal, mentir es algo común, rutinario en todos los individuos, y más en los jóvenes que, están en el inicio de su itinerario, y en el titubeo de la inseguridad frente al futuro, que les va a exigir cometer más errores que tendrán que justificar, por ello, forman parte de nuestro acerbo cultural y son tan fácilmente socorridas, aunque son generalmente intrascendentes en la juventud.
Una familia clásica, normal, con dos o tres hijos, supone el plató perfecto donde cada uno de sus miembros va a aprender a interpretar su papel. Los hijos interiorizan desde que nacen el sentido del: enfrentamiento, rivalidad, colaboración, generosidad, alianzas, codicias, envidias, odios, rencores, etc., y mentiras; en ocasiones como propuestas de paz, en otras, con el objeto de minar una contienda, y en otras buscando la intriga, etc., pero mentirán, y mentirán entre ellos en definitiva, como recurso en defensa de sus intereses.
La vida es así, un tránsito que se parece al itinerario normal que tenemos que recorrer para conseguir llegar a nuestro objetivo, ellos, los jóvenes, a la madurez. Empezamos cualquier camino y jamás será plenamente expedito y franco, transitaremos por autovías, carreteras sin asfaltar, caminos con baches y otro tipo de relieves, curvas, curvas sin señalizar, y en consecuencia, podremos asistir a accidentes más o menos graves, entre los que se sitúa la mentira como tal.
Mienten porque les gusta ser protagonistas, ser referentes, sentirse importantes, y buscan la atención de los demás, entre otras formas a través de la indumentaria, juegos peligrosos o diciendo o comentando algo inadecuado, y que sorprenda pero que no responde a la realidad.
Mienten porque están en un periodo de formación, de desarrollo de su código de comportamiento, que van elaborando con la información que les damos y que observan. Normalmente esto en algunos aspectos puede representar un secreto, algo muy importante para ellos, y ante una presión determinada, al no querer compartirlo, no les queda más recurso que la mentira.
Mienten porque en ocasiones la verdad puede tener connotaciones de inquietud, desazón, incluso de desestabilización del equilibrio familiar, de tal forma que en la balanza, prima la mentira aceptable, a la verdad inquietante.
Mienten porque saben que supone una falta menor para sus padres, que la que supondría decir la verdad, les preocupa la armonía de la familia, y la defienden.
Mienten por un sentimiento de vergüenza frente a los demás, se sienten abochornados por lo que han hecho y les da pudor compartirlo, a pesar del dolor que les provoca su silencio.
Mienten porque cuentan con falta de comprensión de los padres, es un hecho propio de la juventud, les ha dejado una chica, por ejemplo, pero puede que el padre castrador, le recrimine la falta de agallas para «convencer» a una mujer, le tacharía así de niñato, ante esta situación se defiende.
Mienten porque de no ser así, la verdad supondría un enfrentamiento de los padres, pues existe un previo y grosero desencuentro entre ellos frente al hecho, y eso desencadenaría una pelea, de la que el joven se sentiría responsable.
Y mienten porque sencillamente es más cómodo frente a padres protectores, acosadores, necesitados de saber en todo momento, y resulta más fácil decir cualquier cosa sencilla, creíble, que la verdad, que, por otra parte, siempre implica explicaciones, que incluso pueden distorsionar la relación en la convivencia familiar, al traer al presente vivencias en ocasiones desagradables.
Hay un hecho evidente en comportamiento, cuando cultivamos la paciencia y el diálogo franco, sincero y horizontal, las cosas son más fáciles. Si a ello unimos lejanía física, e incluso emocional, explicándoles previamente nuestra mejor disposición de amor, comprensión, seguridad, solidaridad y aceptación, las cosas siempre discurrirán mejor, serán más fluidas.
En definitiva, si nuestra relación se eleva a la categoría de «entre personas», primero, aunque sean jóvenes, ejercerán de mayores, aumentando su responsabilidad, y segundo, se sentirán más seguros, estables y resueltos, porque «saben» que cuentan con un ambiente de comprensión y de amor, no temerán tanto el error, no se avergonzarán tanto, se sentirán más libres, resueltos y seguros, incluso se podrán reír de sus meteduras de pata, con plena libertad en casa, compartiéndolas con los suyos, porque nadie es perfecto.
No estemos cerca de ellos, no les marginemos, no les asfixiemos, no les interroguemos, no les presionemos, no les critiquemos, no hagamos que se sientan avergonzados, démosles confianza, seguridad, amor y comprensión, que ellos sepan siempre que, hagan lo que hagan, serán comprendidos, aunque no lo compartamos, que ellos tengan la seguridad de no sentirse solos jamás, que aunque no nos guste estaremos siempre a su lado, prestándoles nuestras fuerzas.
Obviamente, de forma simultánea, mostrémosles con nuestro ejemplo que hay límites, que en ocasiones pueden ser muy exigentes, y que hay que respetar siempre, así como valores cívicos, cuyo cultivo ha de ser escrupuloso y permanente.
Junto a este apartado existe el de la mentira patológica, la mentira fruto de un problema emocional, se trata de formas neuróticas del comportamiento, por el que se concluye en una mitificación. El mitómano se cree importante, y como tal ejerce disfrutando sin límites de todos los placeres posibles que le puede ofrecer la vida. Al ser descubierto por la discordancia entre sus capacidades y la realidad que vive, de forma inmediata inicia un nuevo itinerario, con la representación más singular, pero que le permita vivir en la espuma de la vida, es su aspiración.
Son personas inestables o sociópatas cuyo comportamiento requiere de atención especializada.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023
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