Estoy estupefacto, como diría cierto tertuliano, la policía controla a más de cincuenta y una mil mujeres y protege a más de veinticinco mil. ¿Cuántas de estas personas lo contarán en el transcurso de uno a dos años? ¿Cuántas de ellas pasarán a otra vida? ¿Y cuánto tiempo pasarán en los infiernos y en la más pura de las tinieblas? Que conste que esto no es una crítica a nadie, más bien es una reflexión sobre lo que intentaré desarrollar algún apunte en el deseo de intentar disminuir, “que pena no utilizar el verbo desaparecer”, tanta desgracia.

Lo primero, manifestar que he vivido varios episodios de acoso y maltrato de todo tipo como profesional, y he observado en algunos casos la impotencia – aceptación – desgracia – destrucción de la persona. No reflexionan con claridad, no analizan de forma objetiva, están en un pozo oscuro donde a pesar del sufrimiento quieren permanecer por el temor a ser deslumbradas por la luz de la verdad, de la felicidad. No las podemos convencer de nada, ni de lo más insignificante, es duro pero real, a pesar del mensaje, eres adulta y puedes elegir, debes elegir tu destino, tienes que exigírtelo, nadie te lo puede hurtar.

Tampoco en este camino tienen grandes ayudas, los hijos si son jóvenes realmente no opinan, y si son mayores tampoco, pasan, muchos tienen su propia vida, igual que el resto de la familia. Esta situación es la más normal. Todos están quemados. En otras ocasiones acuden a solicitar ayuda mujeres que ya han dado el paso de la denuncia, en éstas el miedo es mayor y más grave, así como la alteración del comportamiento, pues en muchos casos tienen que seguir conviviendo bajo el mismo techo del agresor, llenas de temor, de miedo, de angustia “y si me hace algo”.

Hay otro grupo, menos numeroso, pero más atormentado, en el que además del maltrato conyugal, hay maltrato a los hijos, incluso sospecha de abusos, el drama es aterrador. La madre no vive en ella, está en estado alerta permanente, por lo que al final su temple emocional se resquebraja. Es difícil soportar tanta presión tanto tiempo. Es como si estuviéramos inmersos en una oposición en la que nos va la vida y la fecha del examen fuera posponiéndose de forma permanente, nos agotaríamos.

Obviamente, se está respondiendo a esta situación de forma proporcionada y contundente, nos lo dicen las autoridades responsables, lo que ocurre es que cuando el problema persiste y se incrementa, nuestra obligación es la crítica constructiva sobre la base del “que más se puede hacer y en que escalón”. Por ejemplo, para concluir un caso, según ha declarado la autoridad, se necesita el concurso de: la demandante, el demandado, los testigos, las periciales y la opinión del instructor del atestado.

¿Este tortuoso camino descrito está protocolizado correctamente?, ¿existe una colaboración de equipo?, ¿se discute en grupo cada caso?, ¿cuánto tiempo supone el tránsito de este camino? Pues el calvario que la demandante sufre y el peligro que corre es vital para ella, así como para los hijos si existieran.

Nuestro esfuerzo se dirige a intentar abreviar esta penosa operación, todo lo posible sin perder eficacia, con el establecimiento de una metodología bien concatenada desde la corresponsabilidad, y con el auxilio de la tecnología. Hoy un profesional preparado por medio de una entrevista estructurada, y contando con cuestionarios bien dirigidos y correctamente aplicados, e interpretados, puede realizar diagnósticos de certeza, en muy poco tiempo.

Esta reflexión que se refiere a la conclusión del proceso, nos lleva al inicio del mismo, al comienzo del camino, al colegio. La estadística y la realidad vivida, nos informan de que las niñas de doce, trece y catorce años, no saben distinguir un alago, de una vejación – humillación – acoso. Incluso más, lo que para una persona adulta o informada es acoso, – exigencia – control – imposición, menosprecio, etc. para las niñas es un acto de amor, de interés por ellas, incluso hay una relación directa y positiva entre grado de humillación y la importancia del acto de amor, de cariño, de interés por ella. “Fíjate como me quiere, se interesa por todo, me quiere solo para él, no me deja mirar a nadie, ni hablar con nadie, ni sonreír a nadie”.

Esto indica claramente donde está el verdadero problema. Estamos asistiendo activamente, porque los educamos, los formamos, al maltratador: personas agresivas, soberbias, castradoras, machistas, etc. que quizás convivan de forma diaria en ese ambiente y personalidades: pasivas, complacientes, sin criterio, fácilmente manipulables, y que el maltratador las hace protagonistas de una desgraciada historia, con final en muchas ocasiones dramático.

Estas reflexiones, además de poner frente a nosotros la existencia de un grave problema social, en el que todos estamos implicados, quiere poner énfasis en el terreno educativo, o lo que es lo mismo en la prevención. Los niños deben saber el valor de la dignidad, del respeto a sí mismo y a los demás, de la libertad, de la autonomía, etc. y de que todo que implique imposición, exigencia, crítica, recriminación, infravaloración, control, etc. por parte de su pareja, no es amor, el amor exige escrupuloso respeto y aceptación.

En mi humilde criterio los niños y niñas, entre doce y catorce años, deberían de recibir unas lecciones monográficas sobre este tema, en el que entre cosas debiera tratarse: el concepto y la importancia de los valores –valores sociales – la amistad, los amigos y la familia – la pareja – requisitos que esta debe cumplir – papel de cada miembro de la misma –complementariedad de los papeles, – cuidados que exige la pareja – , causas de su crisis, etc.

Fdo.: Dr. Baltasar Rodero Vicente
Psiquiatra