03 Dic 2015
J diciembre, 2015

Psiquiatra Santander. Ácratas y fanáticos

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Sin orden no hay obediencia a las leyes
Y sin obediencia a las leyes no hay libertad
porque la verdadera libertad consiste en ser esclavo de la ley. Jaime Balmes

La conciencia es el conocimiento que tenemos de nuestra propia realidad, así como la de todas las circunstancias que nos rodean, decimos así, soy consciente, vivo mi realidad.

En este proceso están implicados: por una parte la percepción, información que se obtiene a través de los sentidos, vista, oídos, etc., y por otra, un proceso de interpretación intelectual de la información recibida, sin el cual nuestra percepción pudiera ser errónea por diferentes causas. Racionalistas. Pensemos como observamos un palo introducido parte del mismo en un caldero de agua. No le vemos recto por problemas de refracción, sin embargo es recto.

Desde nuestra realidad o conciencia, y a través de la palabra, exclusiva del individuo, podemos contrastar nuestros conocimientos, fantasías, saberes, opiniones, sentimientos, etc., con el resto de los individuos, a través del dialogo, que supone la sustancia del entendimiento, a la vez que es la base de la convivencia. La falta de diálogo anarquizaría la comunicación entre los individuos, pudiendo llegar a su destrucción.

Pero ocurre que hay individuos cuya conciencia es estrecha, no pluridimensional, ven en una sola dirección, sus anteojeras les prohíben observar la totalidad del campo visual, auditivo, etc., quedándose con una verdad parcial, con una verdad limitada, talada e interesada. Son los fanáticos.
Puede que en el fondo respondan a una actitud romántica, cuyo enamoramiento provoca cierta intoxicación mental, que nos permite ver exclusivamente lo que deseamos ver, nuestras propias proyecciones, ocurre en los enamoramientos (no enamorados), o puede que la carencia de criterios intelectuales, encuentre un argumento, que de contenido a nuestra existencia, y desde nuestra miseria, o pobreza intelectual, articulemos todas nuestras energías alrededor de una idea, que nos hace sentir más seguros y fuertes, además de por estar en posesión de una supuesta verdad, por la cohesión del grupo o colectivo con el que nos identificamos.

Su verdad es su credo, hacen de ella el motor de su vida, todos sus actos giran en torno a ella, fortalecidas desde el grupo, hasta llegar a la posible paranoia. «Esa raza es inferior a la nuestra y nos contamina» «Nuestro mensaje supremo es imponer nuestras creencias o provocar un exterminio» «España es una madrastra que nos maltrata y expolia». La historia nos ha ofrecido diversos «lemas» algunos con gran carga explosiva.

A su vez, está otro colectivo, en esencia idéntico al anterior, son los ácratas, los libertarios, los que están enfrentados a la norma, para lo que su esencia es la destrucción de la autoridad, todo merece desprecio, no sirve más que para asegurar nuestra desgracia e infelicidad, su verdad suprema, su verdad en la que se encapsulan y les cohesionan es tan grande y fuerte, como la miseria de sus ideas, de sus proyectos, de su realidad.

La destrucción de todo lo establecido, el enfrentamiento, la superación y desprecio de las reglas acordadas por todos, el afán de que todos sean protagonistas de todo, el espíritu asambleario, la quiebra de todo lo establecido y el renacimiento de una colectividad en ausencia de ataduras o directrices, desconectada del mundo que pudre y contamina todo, forma la estructura de su pensamiento político, nada es válido, nada está permitido, es obra de un orden establecido siempre contaminado, proscrito por su nefastos resultados, todo o se destruye o se revisa, porque todo además de obsoleto es nefasto para el bienestar del individuo. Este ha de sentirse protagonista, realizarse como persona libre, que quiere formar parte activa de los núcleos colectivos de decisión, el poder se sustenta de forma equitativa entre la totalidad de los individuos de la colectividad.

Estos dos tipos de personalidad, fanáticos unos, y ácratas o libertarios los otros, cuya filosofía en ocasiones puede ser el sustrato de formas político-administrativas, tiene un nexo de unión, «el desprecio al diálogo», no tienen nada que revisar ni compartir con nadie, en todo caso sería imponer, unos porque su irrevisable verdad es suprema, única, e irreversible, y su motor vital, fuente de su energía y cohesión del colectivo, y los otros porque las normas, todos los criterios formales que regulan la convivencia, no solo son inútiles, sino que provocan esclavitud y represión, de aquí que su objetivo sea la destrucción como lema.

Pensamiento único que no admite modificación alguna, rígido, inflexible, claro, rotundo, se asemeja a una coz cuyo disparo es previsible, rectilíneo e ignorante de las consecuencias.

La existencia y vitalidad de estos colectivos, en esencia anti-sistema, depende de la situación social en la que se instalen, tiene sus raíces en la ebullición de las sociedades instituidas, sociedades siempre en revisión, en busca de una nueva identidad, sociedades en tránsito, en plena transformación ó cambio.

En estos procesos se suscitan episodios, en los que los mensajes formales no encuentran receptores, la sociedad en general deambula apática y desordenada, ha cambiado de onda o canal, y surgen voces que intentan ocupar esas líneas de comunicación vacías, con receptores fatigados, y en consecuencia, no muy difíciles de adoctrinar.

Fdo.: Baltasar Rodero Vicente
Psiquiatra