El trabajo es un título natural para la propiedad del fruto del mismo.
Y la legislación que no respete ese principio es intrínsecamente injusta.
JAIME BALMES.
El trabajo es una actividad remunerada. El individuo recibe una contraprestación económica por la realización de un esfuerzo físico o mental. Este binomio tan simple y tan universalmente aceptado, no siempre se entendió así, han tenido que transcurrir XIX siglos hasta llegar a esta consideración.
El trabajo fue históricamente despreciado por ser propio de los esclavos, significando miseria, desgracia, etc. antítesis del ocio de los señores, como algo propio y específico del hombre libre.
Etimológicamente significa «tripalium», nombre que los romanos daban al aparato donde ataban a bueyes y caballos para ser errados, o instrumento que adaptaban para las torturas.
Esta visión desgraciada y miserable del trabajo, va a perdurar en la historia como castigo bíblico, del judaísmo, cristianismo e islam, de acuerdo con el mensaje bíblico. «Por haber…comido del árbol del que yo había prohibido…con el sudor de tu rostro comerás el pan… (Génesis, cap.3).
Se da un paso positivo con la preconización de la libertad, fraternidad e igualdad, defendida por la revolución Francesa, (1848), cristalizando así una visión más social, del mismo.
Continua esta evolución con la introducción por Bismark, de diversas leyes sociales sobre los seguros obligatorios, (1883). Y en España, Dato inicia las reformas sociales, creando el ministerio de trabajo, y propiciando el instituto nacional de previsión, (1902). No obstante los grandes avances van a llegar con la superación de las dos contiendas mundiales, y el advenimiento de la revolución industrial, siglo XX.
En el primer cuarto de este siglo el individuo llegará a ser protagonista del trabajo asalariado, a luchar desde los sindicatos por la conquista de sus derechos: salario, horario, protección de la enfermedad, paro, protección del embarazo, etc., y van a adquirir relevancia propia los términos, educación, sanidad, previsión social, como elementos sustanciales del estado de bienestar.
El trabajo requiere de hombres sanos y formados, de aquí que ambas partes, empresa y trabajador, luchen en la misma dirección unos por conseguir la mano de obra más cualificada y barata, y los otros por su formación y protección.
La esencia del trabajo en el fondo, responde a una lucha por acomodar la naturaleza a nuestras necesidades, es una lucha histórica y permanente, diaria, primero para defendernos de ella, del frio, humedad, calor, catástrofes, tempestades, etc. y luego para aprovecharnos de ella, propiciando su transformación en bienes diversos.
Este es el tránsito de nuestro esfuerzo, primero luchar contra todo tipo de calamidades, desgracias y sufrimientos, que puede provocar la naturaleza, y después seguir profundizando en su conocimiento en su fuerza y riqueza, para en lo posible ponerla a nuestro servicio.
En esta lucha permanente, obviamente el individuo ha procesado deferentes imágenes del concepto de trabajo, que es tanto como decir de las diferentes fórmulas de participación en este proceso, no obstante se dan algunas constantes si nos referimos al individuo libre, al hombre actual.
El individuo necesita para su supervivencia disponer de un contenido, que de sentido a su vida, de no ser así ésta carecería de valor, estaría vacía. El trabajo le da contenido y sentido, sabe así cuál es su realidad, su presente, incluso hasta su valor o estatus, además de su itinerario, y ello en conjunto es seguridad.
En contraposición del ocioso que responde a sus caprichos intrascendentes e improductivos, incluso esterilizadores. El trabajo es un referente que te ordena la vida, a la vez que te marca una dirección, con lo que además de seguridad, te da identidad.
Somos además seres sociales, seres que necesitamos a los demás para nuestra supervivencia, el contacto con los otros, además de esencial nos humaniza, nos hace personas. Nuestra interacción nos permite saber, quiénes y cómo somos, para nosotros y para ellos, es pues un aprendizaje que nos facilita una vida social, más digna, gratificante, justa y positiva.
Vemos pues que nos da sentido, nos marca una dirección, ello nos impregna de una dignidad, nos da una identidad frente a nosotros y a los demás, a la vez que nos socializa y en consecuencia nos humaniza. No se podría entender una vida en este mundo sin trabajo.
Porque al final todo ello va a contribuir a nuestra autonomía, a nuestra libertad a poder ejercer la capacidad de elegir, esencial del auténtico individuo libre. Y es que el trabajo productivo además de prestigio, estatus, nos proporciona el sustento que nos permite convivir, de aquí su imperiosa necesidad y en consecuencia la vivencia de fracaso y frustración, cuando carecemos de él, amén de la real escasez y miseria que supone su carencia.
No es sustancial en ocasiones carecer de puesto de trabajo, porque las ayudas económico-sociales pueden permitirnos sobrevivir. La sustancia es que nos empobrece como personas, como individuos sociales, nos quita identidad, seguridad, y sobre todo el sentido de la vida.
Cuando solo pensamos en la ayuda económica para el individuo en paro, pensamos a medias, o de otra forma olvidamos la parte emocional del ser, ser desorientado, triste, que camina sin sentido, sin identidad, inseguro.
Nuestro esfuerzo ha de ser el de poder conseguir un puesto de trabajo a todas aquellas personas capaces de ejercerlo, que les permita un tránsito en la vida con sentido, y contenido, además de que les haga libres, para ello de forma obsesiva han de preocuparnos, la formación, el desarrollo y el cultivo de las capacidades de cada individuo, hombre o mujer.
Démosles todas las facilidades posibles, abriendo el abanico de alternativas de acuerdo con las necesidades sociales presentes y futuras. Facilitemos su acceso mediante ayudas específicamente económicas, o de capacitación especifica, con la oferta de libros, viajes de estudio, matriculaciones en cursos, etc. Cuidemos este itinerario con convenios educación-empresa, que permitan la formación práctica, además del conocimiento, de la formación, del amplio campo de las relaciones laborales.
Una empresa puntera, de vanguardia, es el lugar donde poder desarrollar unos conocimientos actualizados, y producir unos bienes de alta calidad, profundicemos desde la universidad en esa relación, capacitación-trabajo, desde aquí unos estudiantes se formaran en el área de dirección, y otros en el campo operativo, ambos deben aprender a concatenar sus ambientes, y para ello, necesitan una formación troncal homogénea.
Yo estudié medicina, nadie a lo largo de más de nueve años de formación académica nos explicó el concepto de hospital, su estructura organizativa, dinámica, objetivos, tipo de oferta de servicios, coordinación con otros recursos, etc.
Yo creo que el campo a recorrer entre empresa y trabajador, se ha de situar en un acercamiento cada día mayor, en el conocimiento mutuo, que permita entenderse más y mejor, y que ello nos obliga a todos a cumplir mejor con nuestra responsabilidad. El trabajador a formarse constantemente, y a cumplir óptimamente con el papel que tiene encomendado, sabiendo que su esfuerzo, dedicación y respeto al puesto de trabajo, va a ser proporcional al beneficio social obtenido.
Y la empresa, a cuidar la formación del trabajador, además de facilitarle su integración óptima. Abriendo el campo de las motivaciones, se produce más y con mejor calidad, además de con menor esfuerzo.
Por otra parte, la empresa con los representantes de los trabajadores, luchará por conseguir unos beneficios proporcionales al capital invertido, que faciliten su seguridad, y redunde en el bienestar de sus trabajadores, a través de un reparto proporcional de incentivos, y que apueste más por el I+I+D, como referente estratégico de un futuro más seguro y confortable.
Baltasar Rodero. Psiquiatra
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