El deber es lo que esperamos que hagan los demás,
no lo que hacemos nosotros mismos
(Oscar Wilde)

He pasado unos días en la playa de San Juan, Alicante, es una hermosa playa que corresponde al término municipal de Alicante, y se continúa con la de Campello, en su totalidad tiene 9 km, de longitud, por una franja de arena de entre 80 y 250 m.

Este año hemos visto la peor cara del mar, nos hizo su visita unos días el “temporal del levante”, fueron pocos días, pero se mostró muy agitado, con la presencia de un oleaje de cierta severidad, además de con gran resaca, representando bastante peligro para los bañistas, por lo que se procedió a la instalación de banderas amarillas o rojas.

En esta situación, los socorristas pasan a ejercer su actividad suprema, mensajes reiterados por altavoces recordando la prohibición del baño, uso de artilugios en espacios con bandera roja, y baños con precaución, en los lugares correspondientes a la bandera amarilla, además de paseos permanentes por la orilla, silbato en mano, y gritando mensajes de prudencia.

A pesar del visible peligro y la dramatización de su representación, que provocaba en todos sentimientos de alarma, había algún bañista, pocos, que ignorando las ordenes, y despreciando la autoridad de los socorristas, osadamente, y con cierta bravuconería, “yo no tengo miedo”, penetraban en el agua, avanzando metros en profundidad, con la compañía incluso de un menor “para educarlos”, corriendo un peligro innecesario, y poniendo en una situación angustiosa a los socorristas.

Reflexioné entonces sobre nuestra responsabilidad cívica como ciudadanos que convivimos, que compartimos normas para facilitar nuestras relaciones, que nos afectan a todos, y que todos estamos obligados a respetar. Porque hay situaciones o hechos que son individuales, por ejemplo la apendicitis, afecta exclusivamente a la persona que la padece, no se contagia, no ocurre lo mismo, por ejemplo, con el ébola, que implica a todos, que todos en su conjunto tenemos la obligación de luchar para erradicarla, porque nos puede afectar.

Actos como el descrito, “el bañista irresponsable”, no solo pone en peligro su vida, arriesga la vida del socorrista y demás personas que acuden en su auxilio, amén del dispendio económico que para la sociedad tiene su atención: traslado, ambulancia, asistencia en urgencias, profesionales sanitarios, etc. No se olvide que en los primeros siete meses del año 2015 se han producido 200 ahogamientos.

Un paso más allá de esta reflexión, nos lleva a otras situaciones de rango parecido, imprudencia en la conducción por carretera o en la ciudad, peatones despistados o absortos que deambulan a su aire tecleando el móvil, ciclistas conduciendo inadecuadamente por las aceras con desprecio al peatón, individuos que “pasaban por allí” sin darse cuenta que el toro es una fiera peligrosa. En lo que va de año 12 fallecidos por cuerno de toro. El espeleólogo atrevido supermotivado o despistado, el montañero desaprensivo, ignorante, inexperto, etc., cincuenta y dos personas atendidas por el helicóptero en Cantabria en los primeros siete meses. Así como los múltiples deportes de riesgo que se multiplican cada día, para los que ya se dispone de diccionario específico, y que al nacer ayer, y en consecuencia no tener historia, solo los profesionales disponen de formación y experiencia suficiente para su ejecución.

En otro nivel, igualmente trasgresor de la norma, se podían hacer muchos apuntes. Se observa cuando tienes que guardar cola, siempre está el “cara”, el irresponsable, el listo que, haciéndose el tonto, llegando el último, al final se encuentra delante de nosotros. La asistencia a grandes eventos donde permiten niños, éstos se utilizan como escudos para poder trepar y terminar en primera fila, puede ocurrir igual cuando nos acompañan personas mayores.

En la convivencia en centros públicos, siempre impresiona que sus usuarios son visitantes descuidados, no co-dueños: de los hospitales, universidades, institutos, aulas, etc., el trato que los damos no es el que damos a nuestro mobiliario o enseres en general.

Una experiencia personal. Hace unos días en la vía pública, una señora paseaba con el perro, y éste, obviamente, hasta ahora no controla los esfínteres, se puso a hacer deposición. Por el aspecto, muy cuidado de la señora, y con cara de despiste, “esto no va conmigo, estoy de paso”, parecía expresar, esperé la respuesta que daba a la situación, la señora sin inmutarse, sin expresión gestual, con actitud congelada, tiró de la cadena del perro y reinició su camino, sin recoger el excremento.

Yo la comenté que si era consciente, de sus responsabilidades, y ella me respondió que el perro tenía diarrea y no podía hacer nada al respecto. Si su nieto pasara ahora por allí, le dije, y se pusiera a jugar y a chapotear en el “potaje”, qué pasaría?, ella con desprecio, siguió caminando, no me devolvió la mirada, no supo decir, lo siento, no estaba preparada para esto, el perro está enfermo, etc., o cualquier cosa para admitir un comportamiento claramente, además, de indecoroso, peligroso.

Por todo ello, un llamamiento a esa responsabilidad que nos tenemos que exigir, desde la que liberar a los demás, de las consecuencias de nuestra propia imprudencia.

Baltasar Rodero Vicente
Psiquiatra