De forma ocasional, he tenido un encuentro grato y lleno de vida, con un compañero con el que cursé bachillerato, que en nada se corresponde con el actual. Se componía de seis cursos con revalidas, en el cuarto y sexto, y preuniversitario

Comentamos de todo, hacía años, lustros, que no nos veíamos. Hablamos de todo, del presente, ¿cómo te va?, ¿qué haces?, ¿dónde vives?, etc., y muy especialmente del pasado común, trayendo al aquí y ahora numerosas anécdotas. Ha sido un fin de semana memorable, porque sin querer me he encontrado más cerca de mí, de lo mío, de mis raíces, y de aquel cielo azul luminoso de Castilla, que tanto he añorado siempre.

De las vivencias que más nos impactaron, y que compartimos, destacamos la vivida con la asignatura de matemáticas. Cursábamos el cuarto curso, luego, teníamos 14 ó 15 años, y nos las impartía un profesor mayor, serio, rígido, frio, lejano, carente de expresión gestual, y vestido con birrete y toga negra.

Jamás se dirigía a nadie, no comentaba nada. Sonaba el timbre, y todos muy nerviosos nos dirigíamos a nuestro pupitre, el mío se correspondía con el 0.3, (supongo que después del numero 50 se contaba por decimales), éramos como 60 alumnos en clase. No nos movíamos, no nos mirábamos, cualquier cosa que no fuera estar en silencio y atentos a la pizarra, te podía costar una expulsión.

Una vez en la clase, y en absoluto silencio, nos miraba, pasaba lista, se ponía de pie, parecía gigante, se situaba frente a la pizarra, cogía una tiza, y daba comienzo un relato monocorde, carente de enfatizaciones, y sólo suspendido por algunos segundos, que dedicaba a perfeccionar las figuras, los números, o las expresiones que señalaba en la pizarra. Desde que daba comienzo la explicación del tema, hasta que nuevamente sonaba el timbre, nadie se movía, no se oía más que su relato.

Con el timbrazo de la hora, llegaba la libertad, casi la vida, podíamos respirar, hablar, reír, correr, ejercer con naturalidad, como niños. Nadie se atrevía a comentar nada al respecto, el miedo era infinito, su nombre implicaba disciplina, seriedad, rigor y miedo, mucho miedo.

Los exámenes mensuales eran una odisea, era el momento en el que se le observaba algún tipo de expresión gestual, frente a nuestra rigidez y temor, pensando más que en la nota, que la suponíamos, en que terminara el sacrificio y liberarnos.

La lectura de las notas era un espectáculo, visto desde hoy, un drama en aquel momento, se sentaba tras una mirada sórdida, y de forma pausada, nombraba a cada alumno, y después decía su nota, mirándole con una sutil expresión de gozo. Las notas eran muy parecidas, y se situaban entre, dos ceros concéntricos y 0.5. La impresión vivida desde ahora, es que el profesor lo vivía como la obtención de un trofeo, la comunicación le suponía el relato de un éxito, sobre todo cuando remarcaba, dos ceros concéntricos, aquel regocijo tenia eco. Obviamente, suspendimos creo que todos.

En el verano, alguno de los compañeros contó con la ayuda de alguna academia, y pudieron salvar el curso, no obstante la mayoría no conseguimos superarlo. El contrapunto nos llegó en quinto curso. Era un profesor amable, educado, cercano, jamás le vimos una mala cara, o un enfado, era muy comunicativo y empático, joven y activo. Se trataba de una persona con la que, no sólo no te sientes extraño, sino que la satisfacción y la alegría es el tono normal.

Al comienzo del curso, nos explicó su metodología de enseñanza, y el resultado que conseguía, pues con él, decía, jamás había suspendido a nadie. En la primera media hora de clase, explicaba el tema correspondiente, tema que nos había anunciado el día anterior, siempre con la presencia en la pizarra de dos o más alumnos elegidos al azar, en la media hora final, formaba 4 o 5 grupos, cada día eran distintos, señalados por filas horizontales, verticales, números pares, impares, etc.

Lo esencial, es que los grupos jamás se repetían, y cada grupo trataba de responder en los 10 minutos finales, a una pregunta correspondiente al tema del día anterior. El profesor elegía al grupo al que hacía la pregunta, y el grupo al portavoz, la nota obtenida era la misma para todos, luego todos colaboraban, participaban, y se implicaban al máximo.

Las ventajas, además de la confianza, cercanía, comunicación, solidaridad, es que todos nos sentíamos iguales, todos participábamos en todo, en igualdad de condiciones, todos cooperábamos, nadie se distinguía, ni podía ser diferente todos éramos uno. El respeto al profesor era absoluto, y entre los compañeros la relación era de cercanía, confianza y afecto.

Pero, además de ser, y sentirnos iguales, la solidaridad era vital, suponía la esencia del grupo en el deseo de alcanzar el conocimiento, todos nos ayudábamos, todos participábamos con ánimo, porque a cualquiera le podía tocar la portavocía, de tal forma que, aquel mas despistado, que en el medio tradicional y competitivo actual se le margina, aquí se le integraba, se le animaba, se le enseñaba, se le respetaba, porque de él podía depender la nota de todos.

Por otra parte, todos éramos, nos sentimos, y nos expresamos igual, porque representábamos a todos, de aquí que la solidaridad, el sentido de compañerismo, la cooperación, el entendimiento, y el bienestar, fuera la consecuencia, y el logro de este método.

Nuestro interés creció de día en día, era una felicidad asistir a clase de Don Félix, Todos le recordamos con profundo cariño y respeto, fue el profesor que impulsó la adquisición de conocimientos desde la solidaridad, justicia, y la alegría. La formula casi mágica que utilizó, impulsó nuestra motivación, nuestro interés, de tal forma que, donde reinaba el drama, surgió una amable camaradería.

La espontánea franca y sincera aceptación del alumno, el respeto escrupuloso al mismo, la complicidad, la motivación y empatía, además del ejemplo, son las cualidades básicas y específicas que ha de observar un profesor. No se entendería p. e., que un profesor se burlara o ridiculizara a un alumno, ni tampoco que utilizara en el aula, o incluso fuera de ella, el móvil, cuando se le prohíbe al alumno su utilización en la totalidad del terreno escolar. Ambas infracciones, le inhabilitarían para el ejercicio de su profesión, como al médico que parodiara el gesto dolorido o triste de un paciente.

Autor Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra. Septiembre 2019