12 Sep 2022
J septiembre, 2022

Síndrome postvacacional

Baltasar Rodero

Todo proyecto, amable, esperanzador e ilusionante, provoca en nosotros, en todos los que le acariciamos, un estado de alegría, ilusión, esperanza y de enorme felicidad, nuestro deseo es que se cumpla cuanto antes, que comience pronto, que pase el tiempo rápido y lo podamos disfrutar. La euforia es incontenible, la locuacidad no tiene límites, así como el contagio de nuestra alegría. Hacemos planes, diseñamos el medio y circunstancias en las que nos vamos a mover, vivimos en la fantasía cuantos deseos pensamos cumplir, todo es alegría, bienestar, y especialmente esperanza, junto a la pasión de dar rienda suelta a nuestra capacidad de vivir, con unas limitaciones más laxas.

La adrenalina nos invade y nos moviliza, la serotonina se hace presente y nos da vigor y alegría, incluso el cortisol se dispara, y la fantasía se recrea en ese mundo que venimos acariciando, y que pensamos disfrutar, todo es ilusión sin límites, alegría desbordante, son las vacaciones en las que hemos venido pensando a lo largo de un año, y que por fin vamos a comenzar su disfrute, parece mentira que comencemos mañana, es como increíble, ayer nos parecía una eternidad el tiempo que nos separaba de ellas, y hoy las comenzamos.

Nacen las vacaciones, el viaje ha sido agradable, nos situamos en dos coches la familia completa, y hemos ido cantando, alegres, y especialmente haciendo proyectos, cuando casi de repente nos situamos en el lugar de destino, en el que queríamos estar, ya estamos en el medio ambiente que soñamos, ya da comienzo un nuevo espacio de tiempo, unas nuevas circunstancias, un nuevo medio, incluso surgirá alguno desconocido, por esto muchas veces nos preguntamos, ¿lo conseguiremos?, ¿serán las vacaciones ideales?, y perseveramos en la línea de la improvisación, buscando hechos y cosas nuevas, distintas, diferentes, incluso extrañas, amamos sin darnos cuenta el riesgo.

Es la tercera ocasión que vamos al mismo lugar, es una pequeña ciudad que cuenta con playa, bañada por el Mediterráneo, junto a un bosque de matorral, abetos y pinos, que no les ha envestido el fuego, sembrado de algunos senderos bien señalizados, y a pocos kilómetros se sitúa una gran ciudad, a la que se puede acudir al atardecer, pues está poblada de restaurantes y bares, junto a todo tipo de terrazas, por lo que toda la familia puede encontrar acomodo, desde una película infantil, pasando por unos juegos en la feria, hasta un buen restaurante, agradable y cómodo, pero no se olvide la reserva, ésta se ha generalizado, quizás porque hay más visitantes, además de que se incrementa la comodidad del turista, los del lugar nos comentan que las calles, y los distintos restaurantes, bares y servicios, están como nunca de llenos, la alegría por esto se nota en la población.

Nosotros no somos exigentes, abuelos y nietos playa matutina, disfrutando de artilugios para niños, y por la tarde alguna visita a algún ferial, para después cenar en el hotel de su ciudad, o en alguna terraza, y los hijos mayores y solteros hacen la vida por su cuenta, conocen a los del lugar desde hace tres años, por lo que sus decisiones son singulares, pensando en festivales de la ciudad principal, discotecas, o terrazas de nueva creación, porque el abanico de posibilidades son muchas y las ganas son inagotables.

El plan que mentalmente diseñamos se ha cumplido, y sin darnos cuenta llega el momento de la vuelta, falta un día y todo son caras serias y largas, nadie dice nada, nadie realiza comentario alguno, quizás alguna queja medio silenciosa, ¡qué pronto pasó todo!, ¡qué poco dura lo bueno!, grandes y pequeños, ya piensan en su nueva y real vida, en su cotidianidad, los ánimos se han desinflado, el humor ha desaparecido, la sonrisa no surge de ningún lugar, todos presentan una imagen diferente, más serios, lentos, en medio de una actitud de añoranza.

Llegó el día de la despedida, y con ello la ordenación de paquetes, ¿hemos traído tanto? ¿podrán situarse en los coches?, lentamente el abuelo y el hijo mayor, van coordinando el momento de la carga, ayudados por la abuela, y una hija “medio enfadada”, ¡no me quiero ir!, pero el proceso sigue, y al final todos encontramos el asiendo y partimos.

Nadie habla, nadie tiene fuerza para realizar comentario alguno, el padre para insuflar esperanza, comenta que queda menos para que llegue un año próximo, pero nadie le hace caso, todos comienzan a sentir la ausencia de aquella adrenalina que les movilizó, aquella serotonina que les ilusionó, y el cortisol que les dio las fuerzas, y así seguirán unos días hasta encontrar su serenidad.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Santander, 2022