Cuando llegué a Santander, donde solicité mi puesto de trabajo después de una oposición, conocí a uno de mis mejores amigos de todos los tiempos, es familiar de un compañero de la oposición, y sabiendo que yo venía a Santander, nos puso en contacto. Hombre amable, muy educado, serio, por encima de la media, además de riguroso y algo exigente, quizás impresiona de cierta timidez, en ocasiones, solitario, aspectos que enmascara con un trato personal exquisito, aunque quizás algo frío y formal.
Desde el primer momento, nació entre nosotros cierta empatía, o sentimiento de satisfacción mutua, que el tiempo se ha encargado de hacer crecer, por lo que cada día nos sentimos más cerca, y más identificados. Obviamente tiene familia, esposa e hijos, está hace años jubilado, y su hobby es, lectura devoradora, paseo, y disfrute de alguna colección.
La amistad que nos une a nosotros, que nació en el primer encuentro, y que fue creciendo y ampliándose a las respectivas familias, la hemos ido cultivando con un encuentro bimensual, presidido por una comida, en la que después de los postres, culminaba con un largo paseo, en el que hacíamos un repaso a nuestra historia personal, acercando anécdotas, incluso del familiar que nos puso en contacto, además de profundizar en los diferentes avatares de nuestra inquieta sociedad, ahora rica en datos de casi todo tipo, especialmente económicos, políticos, (en su versión geopolítica), educativos, que es especialmente el suyo, sanitarios, en el que quizás yo maneje más recursos, religiosos, fuerza que nace de unos sentimientos, en ocasiones fanatizados, y que tantos atropellos pueden realizar.
En el último encuentro, como siempre, comenzamos comiendo, solemos cambiar de lugar, eligiendo el más cómodo, donde poder hablar normalmente, aunque cada día se nos pone más difícil, desde que la música hizo acto de presencia; que sea íntimo, sencillo, ordenado, y con atención eficaz, orden y limpieza, sin que las prisas, hagan acto de presencia.
Comimos, y desde que nos encontramos, oteé un rictus de un mayor grado de seriedad. El encuentro fue amable, aunque se oteaba cierta tensión. Yo pensé, que quizás no estuviera bien, circulan tantos catarros… Comimos, hablando quizás menos que en otras ocasiones, y además llevando yo el peso de la conversación, algo que no ocurría normalmente. Fuimos atendidos muy bien, en un lugar conocido que nos gusta a ambos, y que carece de música ambiental, tomamos postre y café, y salimos del comedor.
Hacía un día agradable que invitaba a pasear. El no cambiaba el rictus, observaba que se esforzaba en situarse como siempre en la interlocución, pero ni las ideas, ni su exposición tenían la fluidez normal. Me atreví en un momento a comentárselo, y le pregunté que le observaba algo tenso, triste, o preocupado, pero que no le encontraba como siempre. Después de unos segundos, que se me hicieron muy largos, “sabes que he cumplido 80 años, y el concepto de la vida me ha cambiado. Duermo mal, me he quedado vacío, sin proyectos, no tengo futuro, y me invade una pena enorme”.
Pude comentarle, que los prejuicios frente a los años de las personas, son múltiples, incluso han forzado, entre otros aspectos, la denominación de grupos, de aquí que se hable, de la generación X, de la Y, de la Z… De los mayores y viejos,… cargando cada grupo con un sinfín de adjetivos, en general nada definitorios. En cuanto al viejo y al mayor, aun teniendo la misma edad, si que se dan enormes diferencias, de las que van a depender nuestro estado de bienestar en esta vida.
El mayor, transita por la vida, con la esperanza y la ilusión de aprender, de tal forma que, la jovialidad no desaparece. En el viejo, su actitud, su forma de ser, su estado de ánimo, carece de esperanza, su deterioro de espíritu, su falta de ilusión, hace que todo lo sienta de forma homogénea, nada le satisface, y las quejas son frecuentes. Ya no hay tiempo, el viaje de la vida ha llegado a la meta final. No disfruta con nada, nada le atrae, nada desea, no participa, no se implica en nada, no enseña, no comenta sus experiencias, todo es horizontal y homogéneo, no puede dormir.
Sin embargo, el mayor sueña, desea, ansia, se inquieta por las cosas, sigue activo, participa, es para él y para los demás, demanda, requiere, enseña y aprende, sigue el camino a los otros, son años llenos de vida, esperanzas y de deseos, el tiempo le ha madurado. El mayor sueña, el viejo no duerme. El mayor puede tener tanta vida como edad, en el viejo, cualquier edad puede ahogar su vida, y con ello, la esperanza.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023
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