Una ojeada al comportamiento humano, a lo largo de la historia, nos indicará que sus obras están repletas de fricciones, desencuentros e incluso atropellos y destrucciones, amén de hechos delictivos y violencia. Pensemos, en los más recientes, Ucrania y su invasión por el matón de turno, en principio sin causa que lo justifique, en la destrucción de todo tipo de entendimiento de la totalidad de las naciones situadas en la franja del Shagel, desde Mali a Somalia, pasando por Libia y Sudan del Sur, pensemos además en los múltiples movimientos migratorios así como en la marginalidad que vive la mayoría de sus habitantes, destrucción y muerte, tanto en el Mediterráneo, el mayor de los cementerios, como en el Canal de la Mancha y toda Centroamérica, y qué decir del exterminio de los Rohingyas, expulsados de Birmania o Myanmar, es decir, de sus casas, después de robarles todos sus enseres y maltratarlos violentamente, siendo obligados a refugiarse en Bangladesh, carentes de todo en medio de la hambruna más brutal.
Si el foco lo colocáramos a nuestro alrededor íntimo, habría que señalar que ocho de cada 10 jóvenes han sufrido acoso callejero, intimidaciones, mensajes vejatorios y humillantes, miradas intimidatorias, invitaciones obscenas y repugnantes, descalificaciones degradantes, insultos y actitudes violentas, que las han exigido, primero andar más deprisa, después correr, más tarde pasear siempre acompañadas y últimamente evitar plazas, zonas oscuras o calles solitarias, además de ir acompañadas. O los acosos que se pueden iniciar en los colegios, dirigidos fundamentalmente al diferente en color, raza, forma física, aplicado, al inteligente, al que sobresale en buen comportamiento, acoso siempre dañino, haciéndote sentir solo desvalido e inferior, y que además se puede prolongar años fuera del colegio, al marcar un comportamiento temeroso, retraído y acomplejado. Habría que sumar aquí los acosos en el trabajo que tanto perjuicio provocan, y que nacen de un paranoico, que presiente que le pueden mover de la silla, de un narcisista, que necesita sentirse querido, respetado, admirado e idolatrado, de un sociópata, que no sabe entender y respetar el raíl de los diferentes comportamientos en el respeto, o de un incapaz, que por suerte o por apoyos familiares ocupa un lugar que no es el suyo, y persigue y descabeza o todo aquel que intuye que le puede desplazar. La ignorancia con autoridad es devastadora. Recordar el machismo, pues el 5% de las mujeres europeas, sufren maltrato anual por sus parejas.
Aunque últimamente ha nacido el campo de las fobias, primero la homofobia, aquella dirigida a todas las personas, cuya identidad de género u orientación sexual no se corresponda con aquella, que la mayoría le ha asignado, es una lucha constante la que se mantiene por parte de la población contra estas personas, humillaciones, desprecio a sus maneras de andar, hablar, vestir o expresarse, insultos groseros llenos de odio junto a amenazas, tan disparatadas y fuera de lugar que pueden llegar a la muerte, algo incomprensible además de repugnante. La aporofobia, o desprecio a la pobreza, no solo exigiendo al pobre, mediante un comportamiento social repugnante, su reclusión en centros solitarios, sino abandonándoles en la calle, en la vía pública, muriendo de hambre, frio o calor, o incluso quemados por unos malvados y enfermizos, cuyo espíritu está perturbado.
Este panorama simple pero representativo de lo que el individuo hace de forma constante, nos muestra su forma de ser, que nace de la lucha por su supervivencia, este es el factor clave por el que el individuo lucha, persigue, y si es necesario mata, es un comportamiento que nos acompaña siempre, que nace con nosotros y que alimenta nuestra agresividad, la lucha por la supervivencia en palabra de Schopenhauer, no obstante parece que después de haber superado este reto, aunque siempre esté en peligro, hay épocas en las que maltrata o mata por tedio, por pereza, por diversión, por carecer de alternativa, quizás porque moviliza aquel sentimiento profundo.
Algunos echan la culpa de nuestros desmanes a la sociedad, por lo que sólo las normas cívicas, nacidas de una educación correctamente dirigida, nos puede hacer salir de este lado oscuro, porque estamos más programados para la supervivencia, aquí somos más imaginativos, y solidarios, puesto que la suma de fuerzas facilita la superación del peligro, por contrario, cuando todo funciona, y el descanso nos invade, surge la necesidad del entretenimiento, ocasión para iniciar actitudes inoportunas y perturbadoras.
En definitiva somos como somos, Rousseau hablaba de buenos salvajes, ni buenos ni malos, por ello capaces de lo mejor y de lo peor, sin despeinarnos.
Fuente :Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023
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