10 Sep 2020
J septiembre, 2020

Tormenta con aparatao eléctrico

Baltasar Rodero

Venía de lejos y en principio no sentimos su presencia, nuestra cotidianidad discurría en modo normal, cada individuo en su carril, y como casi siempre con la presencia de quejas, especialmente referidas al paro, a la pobreza, con la discusión y posterior aprobación del IMV, a la decadencia en general, y de forma particular a las remitidas a la putrefacción de las relaciones en política.

Luchaban las empresas por ir superando el bache económico del que ya venían saliendo, entre los autónomos se observaba cierto ánimo, por las favorables expectativas, las universidades se planteaban nuevos grados mixtos, pensando en una mayor adaptación a la demanda social, en definitiva, asistíamos a un cierto nivel de ánimo, en el que parecía que en el horizonte se vislumbraba cierta esperanza.

Pero de forma brusca, y ante la presencia de un enemigo letal, que lentamente iba invadiendo territorios, el gobierno, con el apoyo del resto de las fuerzas parlamentarias, aprobó un confinamiento de carácter nacional, con el objetivo de evitar los contagios masivos que se iban produciendo, dado que estos se ocasionaban vía aérea, y la respuesta más segura, era la del aislamiento de los individuos, únicos portadores del virus.

La medida produjo beneficiosos efectos, eso sí, a costa del cierre de muchos locales productivos de todo tipo, e industrias, pero la elección fue correcta, porque sin salud, y con el número de fallecidos que diariamente se contabilizaban, no existía una alternativa más correcta.

Esto tuvo como consecuencias, además de la presencia de una bolsa de parados muy importante, y el cierre de muchos locales y pequeñas industrias, junto al empobrecimiento de otras muchas de carácter internacional, un cambio brusco en nuestra forma de vida, los abuelos fueron marginados, además de en residencias de mayores en sus propios domicilios, perdiendo el contacto físico con el resto de sus familias, y éstas, se sumergieron en una dinámica nueva, pues no estaban habituadas a vivir tan íntimamente la totalidad de sus miembros, surgiendo por ello fricciones desconocidas hasta entonces, amén de otros cuadros emocionales. Imaginemos a un joven habituado a estar en la calle, confinado, y que además carezca de rol específico, sin que entienda correctamente el premio.

Esto, entre otras cosas, una vez levantado el confinamiento, despertó un deseo de libertad anárquica y desproporcionada como respuesta, provocando como consecuencia el inmediato nacimiento de “brotes” de contagio, fruto de encuentros sociales de todo tipo, que no respetaron el ordenamiento, y que salpicaron y siguen salpicando toda nuestra geografía.

Las respuestas, ya por acuerdo del Consejo Interterritorial Sanitario, han venido surgiendo desde las diferentes autonomías, de tal forma que su diversidad, peculiaridades y singularidades, han sido y son una constante, por lo que hoy estamos en una situación peor que ayer, y ayer peor que antes de ayer.

Además, este empeoramiento es en todo, no solo con respecto al grado de penetración de la epidemia, también en la sobrecarga del sistema sanitario, centros de salud saturados, hospitales en sus diferentes áreas, dotados con plantillas de personal escasas y fatigadas, con unidades de urgencia sobrecargadas y perdiendo agilidad, UCIS dando comienzo a su invasión, y la hospitalización en su conjunto, creciendo de forma desproporcionada.

Lo peor en mi criterio, es la dispersión tan escandalosa de responsabilidades, la ausencia de diálogo entre los diferentes gestores, el distanciamiento emocional de los responsables públicos, la falta de algo tan esencial, como una estrategia nacional uniforme y consensuada por todos, cuyo cumplimiento fuera obligatorio, abandonando así el nivel de recomendación en el que nos movemos.

Al ciudadano le llega el chapoteo del barro del desacuerdo y de la discordia, fruto del enfrentamiento, y de un mínimo entendimiento y compromiso, que permita lentamente amainar la tormenta, porque el comportamiento social es hijo de la discordia, es el reflejo de la ausencia de las formas, carentes de compromisos compartidos, y con cierta relajación frente al incumplimiento de todo tipo de orientaciones, por la falta de autoridad específica.

Todos nos preguntamos si realmente existe una comisión de expertos, con experiencia e información contrastada, que tengan en sus manos la responsabilidad de un plan de País, porque de no ser así, de estar huérfanos de personas responsables, capacitadas y con experiencia, además de con libertad para la elaboración de un itinerario claro, en el que se señalen las diferentes normas para su deambulación, además de las posibles estrategias alternativas, que puedan responder a los diferentes obstáculos, se estará asegurando el fracaso como objetivo final.

Una llamada final a la gravedad del momento, estamos frente a una pandemia letal, que en estos momentos carece de control, nos salpica permanentemente sin que hasta la fecha podamos evitarlo, como un caballo suelto en el tablero de ajedrez, estamos sometidos y desorientados, estamos situados en una estrategia puramente defensiva, siempre respondiendo al golpe y jamás tratando de evitarle.

Se necesita un Consejo de Expertos, elegidos entre los que disponemos, que sea visible, con capacidad para tomar decisiones, para definir de forma operativa comportamientos, en definitiva, que elaboren un plan, un camino, pues de no ser así, además de seguir multiplicándose los contagios, se profundizará en la pobreza, cuyos efectos se prolongaran varias generaciones.

Autor Dr Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2020.