Un atardecer de verano en Santander. Nos visitan estos días unos amigos venidos de Galicia, ya conocían Cantabria, habían estado aquí en alguna ocasión, especialmente para asistir a algún congreso, la primera impresión fue de sorpresa frente a los cambios observados, especialmente en la red de carreteras regionales, habían llegado hace día y medio, y  habían visitado nacimientos de ríos, collados, cabañas y valles por doquier, relieve que comparaban a una bella alfombra multicolor.

De todo lo visitado comentaban maravillas, todo les había satisfecho, paisaje, tratamiento de éste, pueblos diversos y sus cuidados, así como su mobiliario, datación específica para turistas o visitantes, cafeterías, bares, fondas, hostales, hoteles y naves ganaderas adaptadas como casas rurales, con sus utensilios primitivos y su población ganadera doméstica actual, a modo de observación y enseñanza de la historia del lugar. No observamos reproche ni comentario negativo, ni tampoco que a todo lo observado se le debiera añadir algo, bien como correlato de lo que ya disponía, o algo singular.

Se trata de dos matrimonios, que en su relato se robaban el discurso, cada uno subrayaba aquello que más le había enganchado, bien directamente, o a través de sus hijos, no expresaron nada disonante, nada que disminuyera su placer y sorpresa agradable, todo ello fue un continuo comentario positivo y armonioso, para toda la familia.

Como colofón de una larga y prolongada comida, y después de un café muy comentado, salimos a dar un paseo por la ciudad de Santander, la conocían aunque no demasiado, y no de forma especial en fiestas, el ruido, el bullicio, la alegría, el continuo movimiento, los comentarios, los grupos y mas grupos de amigos, que teníamos que esquivar, gente y más gente de todos los tipos y colores, con diversos modelos de vestimentas haciendo referencia a las fiestas, coches que no podían caminar, niños que por segundos se descolgaban de sus padres y lloraban solicitando ayuda, jóvenes jugando a todo tipo de juegos amorosos, y alegres.

Todo era una continua masa de gente en movimiento, llena de vida, repleta de alegría, incontinente, desbordada por la euforia del momento, era un mundo diferente, en nada se observaba, apatía, lentitud, pesadumbre, todo era folklore, ruido armonioso, risas casi esperpénticas, sentimientos de incontinencia de alegría y colas , muchas colas para tomar un helado, para comprar chuches para niños, para comprar entradas para cualquier espectáculo, para visitar cualquier museo, hasta para pasar un semáforo.

Después de visitar la zona del sardinero y sus confluencias, seguimos en la línea de la costa lentamente, parándonos unos minutos en la playa de la Magdalena, donde al observar tanta piedra en la playa, les expliqué el conflicto político, que no entendieron, y más en un ciudad que cuenta con los mejores técnicos en el tema de España, la mediocridad de la discusión política mantenida, y sus nefastos efectos, hacen necesario un referéndum, para que decida quién la utiliza, y que solo cuenta con un interés, disfrutar del baño.

 Llegamos a la zona del club marítimo y centro Botín, hacía una brisa agradable con una temperatura de verano, que permitía un paseo delicioso, y muy agradecido, sin prisas y con continuos comentarios fuimos transitando lentamente, a la vez de observando el placer de la bahía, una de las más bellas del mundo,  llena de vida propia, con múltiples barcos de todo tipo, como en technicolor.

No encontraban palabras para relatar la maravilla de la situación, tampoco de la  perspectiva del dique Gamazo, o de la escuela de vela, y menos del la zona de Puerto chico, pequeña como una porcelana, y bella y llena de vida en movimiento como ninguna otra, les encantó, nos encantó a todos, vista con tranquilidad, sin prisa,  y desde diferente rincones, está llena de riqueza, emana vida e historia, provoca placer a la vez de quietud, es algo con lo que se sueña.

Pasamos  por el club marítimo, que les sorprendió, primero, su arquitectura y situación original, y mucho más sus terrazas interiores, bien orientadas, donde el sonido se hace divino, al sólo llegar el golpear de las pequeñas olas, que se enfrentan a los peculiares barcos atracadas en su alrededor. Después de un café disfrutando de aquella belleza sin igual, y digo sin igual, seguimos camino y nos acercamos al Centro Botín.

Todos sabían de su doloroso nacimiento, de los problemas que una parte minoritaria de la ciudadanía había planteado antes de de su construcción, y la verdad ninguno entendía, porque la idea del Santander que tenían de hace años, en nada se correspondía al del momento actual. Es un aporte, un plus, un elemento arquitectónico cultural paisajístico, que ha cambiado para bien, no solo el espacio y sus alrededores, sino la visión de Cantabria, Santander se convirtió en otra ciudad más moderna y vanguardista, es un polo de atracción para todo tipo de poblaciones, añade bienestar a todos los viandantes y coches, además de cultura, y pone en la mano, saberes y con ello talento y  felicidad, a cuantos la buscan.

Quiero desde aquí remarcar mi personal agradecimiento, a cuantas personas han intervenido en el proceso, han conseguido dar un paso cultural importantísimo, y con ello acercarnos más a la gloria y a la felicidad de los saberes, sembrando permanentemente inquietudes que, denuncien las grandes siestas, de esta histórica provincia, mi enhorabuena y gratitud.

Pero, seguimos el paseo, y con él encontramos más riqueza de vida y alegría, de juventud y de personas mayores junto con familias, el paseo era como el reguero de un nutrido hormiguero en las tardes otoñales, en él que además confluye un carril bici, algo que hay que revisar, como también hay que repensar las obras que se llevan a cabo en el puerto, porque además de las obras de adaptación, que requiere la seguridad del puerto, el paseo llega hasta la zona de la calle Antonio López, cortándose por unos edificios viejos, feos y desagradables a la vista, medio caídos, y descuidados, que además de obturar el paseo, lo hacen de forma brusca, impidiendo la prolongación, al singular Barrio Pesquero, referente esencial de forma especial en verano.

Nadie entendió esta esperpéntica situación, pues la ciudad es, además de ciudad, mar, es bahía, porque ésta es su continuidad y extensión  natural, y todo  lo que impida u obstaculice esta transición, es un artefacto a eliminar, no se puede entender la tierra sin su continuidad natural, no puede la vista, sino denunciar todo tipo de estorbos o trabas, ignoro los servicios que prestan esas viejas naves, pero su lugar natural no se corresponde con el que tienen en la actualidad, quizás forme parte de la historia, pero dificulta gravemente el presente y su proyección futura.     

Fuente: Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra. Julio 2019