14 Nov 2019
J noviembre, 2019

Un día de caza

Baltasar Rodero

Era una mañana, muy de mañana, en la que todavía reinaba la media luz, en la que la visón era aun sombría, cuando una cuadrilla salió de caza como lo venían haciendo durante años. Se encontraron en el bar de siempre, y entre risas y comentarios se cruzan apuestas, es lo corriente en estas situaciones, donde el envite, las apuestas y las fantasías, especialmente a esas horas, son lo cotidiano.

Salen del bar, y se dirigen por la calle mayor hacia los extramuros de la ciudad, zona poco poblada, donde nace el sendero que les acercará al bosque. Siguen las risas, los comentarios y el cruce de apuestas, es una mañana que augura buena caza, todos están satisfechos, y todos los comentarios son coloridos, agradables y sabrosos, entre otras cosas, porque es una forma de cruzar información actual.

La periferia de la pequeña ciudad, está poblada de naves, pajares, y algún edificio abandonado, detalle del que hacen comentarios a propósito de la necesidad de rehabilitar alguno de ellos. Surge entonces algo insólito, un grupo de jóvenes sale corriendo de uno de los edificios, desaliñados, y con excesiva prisa, como si huyeran de un posible fuego, circunstancia que les sorprendió, por lo que se acercaron al citado edificio.

Este era de gran extensión, repleto de objetos inservibles, que junto a la hora de la mañana hacían difícil la visión. Uno de la cuadrilla que se dirigió en una dirección contraria a la del resto del grupo, gritó, gritó exhalando un alarido de dolor, un grito que expresaba destrucción, quiebra del alma, los compañeros alarmados acuden al lugar, y todos juntos contemplan una imagen desoladora, triste, de las que rompen el alma, de las que nos dejan sin respiración. Congelados emocionalmente, pasaron algunos segundos en los que nadie se atrevió a decir nada.

Se trataba de una niña de 15 ó 16 años, aproximadamente, medio desnuda, con todas sus ropas rasgadas, retorcida de frio en el suelo, medio inconsciente, desorientada, casi no respondía a estímulos, no recordaba nada, poblada de múltiples hematomas por todo su cuerpo semidesnudo, cara pálida y demacrada, y con hedor a alcohol.

Todos sorprendidos, invadidos por la pena y la tristeza del atropello, acordaron avisar a una ambulancia para que la niña fuera conducida al hospital, requería inmediata atención, su estado era precario, se hacía urgente una intervención sanitaria, ignoraban el tiempo que llevaba allí, así como lo que había bebido, y esencialmente, que es lo que había ocurrido.

Los jóvenes, una vez realizada su hazaña, se dirigieron al bar donde habían estado los cazadores, y tomándose unas copas, reían y disfrutaban de su caza, lo habían pasado de maravilla, algunos mejor que otros. Porque entre ellos competían quien había conseguido mejor pieza, cruzándose presuntuosamente capacidades, ”yo tres y tu una, no vales, tienes mal ojo, has de prepararte mejor”.

El camarero no entendía ese clamor de euforia, esa competición de piezas cobradas, no era la hora natural de un contaje, ni el momento, por otra parte les faltaba los utensilios, nadie portaba escopetas ni otro tipo de armas, por lo que la confusión era evidente, así como cierta sorpresa ante la situación.

La joven en el hospital es reconocida por los sanitarios, evidenciando, por las señales físicas encontradas, vestimenta destruida, magulladuras, heridas, sangre, ciertos desgarros vaginales, restos biológicos diseminados por todo su cuerpo, además de una intoxicación etílica etc., que había sido violada, aunque la joven seguía en estado de semiinconsciencia, de tal forma que no podía aclarar con garantías, lo ocurrido.

El hospital cursa la denuncia judicial correspondiente, ante unos hechos que evidencian una violación, iniciándose así un proceso judicial, para el esclarecimiento de los hechos. La ciudad hervía en comentarios, que iban recorriendo cada rincón de la ciudad, y el dolor, la tristeza y especialmente la rabia y frustración, se iba adueñando de todos.

En principio se ignoraba quienes eran los culpables, se decía que eran extraños a la ciudad, pero de forma lenta el camarero por una parte, y los cazadores por otra, amigos del camarero, fueros reflexionando sobre cómo se dieron los acontecimientos, llegando a la conclusión en principio, de quienes eran los culpables.

Todos ellos, los cazadores que llamaron a la ambulancia, y el camarero que asistió al disfrute o fiesta de la caza, fueron a la guardia civil, a la que dieron cuenta de los acontecimientos vividos, que ante la coincidencia de los hechos, procedieron a la detención y encarcelamiento de los jóvenes.

Hecho que conmovió a la ciudad entera, se trataba de cinco jóvenes de la ciudad, conocidos por todos, cuyas familias bien estructuradas, jamás habían sufrido percance alguno, la sorpresa, pues, era enorme, y con ello los puntuales desacuerdos, pues algunos comentaban que era unos chicos “muy buenos, incapaces de hacer esa barbaridad, ese atropello”.

Llega el día del juicio, la joven se encontraba repuesta, y en tratamiento psiquiátrico por estrés postraumático, recordaba todo perfectamente, y su relato fue esclarecedor, por lo diáfano. Había bebido en la fiesta, había bebido mucho más de la cuenta, perdiendo el control, la naturaleza la obligó a realizar un acto fisiológico, por lo que se dirigió a un lugar retirado, recuerda que se acercaron unos jóvenes, de los que conocía a dos, que la intimidaron, el susto la paralizó, se abandonó, la derribaron al suelo, y perdió el conocimiento, ignorando el tiempo que estuvo en esa postura.

Es evidente el atropello, es evidente la invasión brutal de su cuerpo, es evidente la quiebra de su corazón, es evidente el miedo, la impotencia y el dolor de su alma, es evidente que frente a unos instintos criminales, perdió el conocimiento, y que unos viles y mezquinos animales, en ausencia de su conciencia, de su yo, le robaron lo más íntimo de su ser.

Autor: Dr Baltasar Rodero. Psiquatra. Noviembre 2019