Un día de invierno en Santander. Es sábado, despierto por la mañana como siempre, pronto, una mirada a través de la ventana permite observar un día impresionante, de color negro profundo, negro impenetrable, la oscuridad cubre todo el horizonte, me acomodo en la cama, y sigo en medio de un duerme vela, además hace frio, sopla fuerte el viento, y cae la lluvia en forma de manta, la pereza se adueña de mi estado, todo invita al encuentro con la serenidad, la quietud, la paz, el sosiego y el pensar y meditar.

Son muchos días los transcurridos así o parecidos, con la esperanza de que llegue el cambio, aunque sin convencimiento, pues se dice propio de la época, pero en este ambiente todo se hace mas forzado, o sencillamente, lo pospones. Los pocos desplazamientos que realizas los haces de prisa, enfrentándote al agua, que envuelve el viento, superas semáforos y esquinas donde te vapulea, y sigues superando obstáculos, esperando penetrar en un lugar cerrado desde donde te puedas defender de tanto azote.

Pero hoy sábado, que todo está más tranquilo, que no espero a nadie ni a nada, que todo lo potencialmente realizable se puede posponer, que para muchos es un día en blanco, baldío, la casa como refugio es una buena opción, por lo menos a lo largo de gran parte de la mañana.

Iremos revolviendo papeles, ordenando papeles, observando el estado general de nuestras notas, leyendo el periódico y alguna nota pendiente, y cuando esa negrura cambie, cuando se vislumbre un rayo de luz, seguramente que evocaremos nuevas ideas y posiblemente nos decidiremos a realizar alguna actividad al aire libre.

La verdad es que el tiempo tiene su especial protagonismo, y especialmente en Cantabria, es un tema en permanente discusión, ocupa mucho tiempo dentro de cualquier relato, además de por lo molesto que es en ocasiones, porque se dan fenómenos singulares muy desagradables, agua mas viento que rola, y de los que no te puedes defender, hagas lo que hagas.

Esto me supuso una enorme sorpresa, habiendo vivido y nacido en Castilla, y saboreando casi a diario su resplandeciente luz, sus miles de estrellas nocturnas como notas armoniosas situadas en el cielo, su profunda y generosa bóveda azul que desaparece al canto de los gorriones en el ocaso, donde se supera un episodio de lluvia con un triste paraguas, episodio generalmente corto, en el tiempo, el cambio fue brutal, además de inesperado.

Las fotos reflejan la escasa, incluso, tenue luz, que también tiene su belleza, es imposible observar el cielo, nos queda lejos, y las estrellas normalmente se desconocen por lo lejanas, y además cuando llueve, normalmente el paraguas puede ser un estorbo, dado que llueve en dirección horizontal o de abajo hacia arriba, pudiendo llegar a todas partes del cuerpo, y además no hay límite en el tiempo, no es un día o una semana, es el tiempo que sea.

Claro que nada es ideal, ni completo, ni perfecto, ni totalmente bueno, ni totalmente malo, todo es pues relativo, por ello junto a lo comentado desde mi cama, se dan otros momentos o situaciones, días o  meses, en los que la observación es placentera, grata, bella, incluso podría decirse maravillosa. Desde la temperatura armoniosa, pasando por la presencia de una suave luz, y por un ambiente sosegado que invita al paseo, que sin querer te acerca a la bahía, pacífica, tan cálida como cercana que te invita a envolverte entre sus olas, estrella inmensa con luz propia que ensombrece la presencia de las del cielo.

Siempre nos invita a escuchar su susurro armonioso, profundo y lleno de vida, a observar su fina espuma, frágil transparente fruto de sus suaves olas, moviéndose al ritmo sutil,  lento y cadencioso, de cualquier cuerpo de baile, nos muestra el coqueteo del  encuentro entre el agua y la tierra, acogiendo ésta entre sus brazos, para más tarde decir hasta luego, y así repetidamente, como un acercamiento tímido entre enamorados, que jamás profundiza lo suficiente, son todo intentos, tímidos y temerosos.

La fantasía es ilimitada además de creadora, con tantos y tantos rasgos de belleza, enriqueciéndose cada día , tanto en momentos de calma chicha, como en los días huracanados, donde el mar como ogro se envalentona y ruge, alardeando de su enorme fuerza vital, de su fortaleza, en ocasiones aplastante y aterradora.

Y si la mirada que hemos dirigido al mar, la situamos hacia el interior de la región, nos encontramos de inmediato con otra orquesta natural, por la conjugación indescriptible de tanta riqueza, tan diversa y variada, a la vez de tan rica y natural. Un valle tras otro valle, una sierra al lado de otra sierra, y todo ello sembrado de vericuetos, caminos, senderos atajos, junto a cascadas, fuentes, ríos, muchos ríos, y poblado todo, de fauna diversa y colorida, amén de todo tipo de arboles, entre los que destaca el castaño, alcornoque, acebo, roble, tejo, fresno, nogal, encina, y una siembra cada día menos numerosa de eucaliptos.

Al final lo esperado, el tiempo cambió, la oscuridad permitió el paso de la luz, los rayos de sol hicieron su presencia permitiendo una temperatura agradable, el viento se fatigó, y dejó de soplar dando paso a una suave brisa, salimos de casa, paseamos especialmente por el paseo marítimo, una de las bahías más hermosas del mundo, y que ruega y  suplica cada día, conseguir continuar hasta el Barrio Pesquero, y por el área peatonal, que tanta comodidad y seguridad aporta a los viandantes. Observamos por fin como la ciudad camina hacia un lugar para disfrute de personas, y apostamos porque la autoridad siga este itinerario.

Fuente: Baltasar Rodero. Psiquiatra. Febrero 2019