De acuerdo con la norma, nacemos a la vida, e inmediatamente nos dan, alimento, abrigo y techo, algo de lo que sólo disfrutamos nosotros como mamíferos, adaptándonos a la camada, participando como un miembro más de la misma. Normalmente los primeros años disfrutamos de una vida de regalo, solo alterada por las embestidas de los hermanos si los tenemos; crecemos y nos desarrollamos, y de inmediato nos imponen el primer esfuerzo, el colegio, lugar donde normalmente tienen un gran desarrollo nuestras habilidades, para saber estar con los otros: hablamos, jugamos, cambiamos gestos, formamos grupos, discutimos y nos enfrentamos físicamente… y  así sabemos, la fuerza que tiene el otro. Las peleas son frecuentes como juego, o como respuesta a una situación que nos desagrada, con el transcurso del tiempo, vamos desarrollando nuestra parte cognitiva, en la que descansa el respeto, el afecto, la consideración, la amistad, la colaboración, la enemistad, la ira o la rabia, el enfado… y en ocasiones la envidia, la competitividad, el atropello de la norma, la venganza, los complots, las conspiraciones…

Nuestro camino siempre es complejo como la vida, está lleno de vicisitudes, que aprenderemos a sortear, generalmente por la imitación de los compañeros mayores,  la enseñanza de los profesores, de los padres y de algún familiar, siempre se da la circunstancia que hay alguien que colabora, o bien buscamos nosotros, aquellas respuestas que necesitemos, llamando a las más diversas puertas, y así conseguimos aprender, saber algo más, crecer intelectualmente, y de esta forma, coronaremos nuestra estancia  en el colegio, con la obtención de cierto nivel educativo y formativo. En este periodo de tiempo, el interés del joven, el esfuerzo que sea capaz de desarrollar, la motivación que le estimule, es de enorme importancia, permitiéndole seguir su formación en un nivel superior, que coronará con éxito, no sin esfuerzo, constancia y perseveración, desde el principio, hemos de tener en cuenta que nadie regala nada, que todo cuesta, y el aprendizaje, y la formación también.

En este camino, normalmente, va a nacer, una vez conseguida cierta capacitación profesional, y quizás un empleo, el deseo de compartir nuestra vida, con aquella persona que, presenta ciertos encantos, y que normalmente ya sabíamos de ella, e incluso hemos tenido cierto trato, aunque en ocasiones, se puede tratar de una persona que ha surgido casi espontáneamente, a nuestro lado, por motivos de trabajo, o por una presentación casual, pero en definitiva, nos sentimos atraídos, sentimos un placer especial cuando intercambiamos opiniones con ella, nos atraen sus formas, sus ideas de la vida y de las cosas, sus opiniones, su actitud frente al mundo, su forma de enfocar la vida. Y como hicieron nuestros abuelos primero, y después nuestros padres, aspiramos a compartir la vida, o formar una familia, dentro de un proyecto común, naciendo así una nueva familia, distinta a la de nuestras antecesores.

Ocurre en ocasiones, que el camino transitado no es tan idílico, él o ella, se sienten excesivamente cercanos a sus progenitores, y les cuesta la separación, los viven como mayores y además necesitados de compañía, y ya en la etapa de noviazgo, han venido dando muestras de falta de libertad y autonomía, con la vivencia de esa dependencia, que siempre esclaviza, o cuando menos limita, de aquí que su pareja, sufra porque ama, a la vez que necesita su compañía, y por otra parte no entiende esta actitud, sus padres también son mayores, y sin embargo no tiene esos sentimientos, más bien su ánimo es el de unirse eternamente para reforzar su sentimientos, y poderlos compartir con sus mayores.

En esta situación, amén de los hijos, son los padres los que demandan una protección excesiva, siempre han amparado al hijo o hija, siempre han estado a su lado, han vivido como una piña, han sentido su  fragilidad e  inseguridad, y de aquí que reclamen su presencia permanentemente, sin que se dé necesidad alguna, se trata de ver, sentir cercanamente, con lo que tiene este acto de protección, haciéndose en ocasiones, consciente o inconscientemente los enfermos, pues la quejas siempre están presentes, además de la soledad, las de las limitaciones, algo que desestabiliza el comportamiento de los hijos.

Una pareja sana, libre y autónoma, ha de mantener una relación sin fisuras, además de complementaria, para ello han de ser libres, carecer de ataduras, vivir resueltamente, en el ejercicio de una mutua dependencia, dentro de una libertad absoluta, nada se puede interponer, y menos una hipoteca o dependencia, de nuestros progenitores, esto implicaría la ausencia de libertad de un miembro de la pareja, y por ello el fracaso de esta.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023