El mundo de forma sorpresiva e inesperada, nos ha corneado gravemente, provocando un paisaje social muy lejano del que nos era familiar, y en el que nos movíamos a plena satisfacción. Pocas cosas en este momento son iguales, de tal forma que podemos afirmar, que vivimos la caricatura de aquellos hábitos, que interiorizamos a lo largo de muchas generaciones.
En principio queremos referirnos a la familia, ese núcleo de personas base y sustento de las sociedades, y en el que nos sentimos seguros, y normalmente repletos de serenidad y alegría, y que está siempre presente en nuestros pensamientos, sirviéndonos de descanso, representando sus contactos un alimento de paz y serenidad. Sin embargo en estos momentos vive dispersa, desorientada, sin saber dónde está su lugar real, y en consecuencia triste, temerosa, y en muchos momentos bloqueada, sin saber qué hacer, al ignorar en ocasiones su verdadero sentido.
Se recomendó en un momento, y después se ordenó, el alejamiento entre sus miembros, especialmente entre abuelos y nietos, algo que tenemos interiorizado como inhumano, porque la ausencia de ese tierno encuentro, incide en el área emocional de los mayores de forma muy especial, cuando están más necesitados de afecto y de cercanía física. Si se acercan los niños, acto que es natural, se les prohíbe, con más o menos tacto. De forma simultánea, ha desaparecido también el contacto familiar, la conexión emocional que alimenta y equilibra los diferentes grupos familiares, necesitados siempre de recompensa, grupos, en los que se puede incluir, los amigos cercanos e íntimos.
Todo esto ocurre viviendo en la misma ciudad, e incluso en la misma calle, viéndose desde los balcones y ventanas, casi oliéndose, por lo que el dolor moral es profundo y en ocasiones difícil de soportar, pero esta situación empeora cuando los domicilios se sitúan en diferentes provincias, porque en este caso lo primero es pensar si se puede viajar, por el problema de los confinamientos, y después enfrentarse a la realidad de la prohibición del encuentro.
Todo esta situación llega a su plenitud, sin que en principio seamos conscientes, cuando ocasionalmente se produce un encuentro entre miembros familiares, y observamos la ausencia de aquel abrazo apretado y persistente, aquellos besos llenos de espontaneidad y hermosura, aquellos contactos físicos permanentes mantenidos con un sinfín de caricias, con lo que se abre un hueco en nuestros corazones, cuya pena persiste y persiste, provocando un sufrimiento que nos quita el sueño, en medio de un malestar latente.
Otra aspecto es cuando de forma espontánea nos encontramos con algún amigo, la cercanía física nos provoca una sensación, en la que tenemos que conjugar una sonrisa que no se ve, junto con una mirada sesgada, quedando al final ambos como congelados sin saber qué, y cómo comentar algo, aunque evoquemos mil cosas por la alegría del encuentro, pero hay una limitación ostensible entre ambos, por la vivencia emocional del peligro de la situación.
Este escenario se prolonga a la hora del trabajo, de las personas que no le han perdido, acudimos a hurtadillas al mismo, como si fuéramos de prestado, tenemos miedo de perderlo, nuestro comportamiento es abierto, amable, expresivo, pero siempre controlado, tiene sus límites que no son fáciles de mantener, cuando se trata de ambientes no muy bien conocidos, o sencillamente novedosos. Con clientes, conocidos y amigos de muchos años, con los que intercambiábamos acontecimientos diarios, en este momento solo se da un tipo de anécdotas y siempre tristes.
Tampoco podemos fantasear con la posibilidad de realizar algún proyecto de ningún tipo, un viaje de placer, la apertura de algún negocio, todo está limitado por una sociedad incierta, en la que se carece de garantías.
Pero de entre todo sobresale, la bolsa de personas que se han encontrado repentinamente sin trabajo, además de con un incierto futuro, sin preverlo han tenido que bajar las persianas de sus negocios, y otros muchos han sido despedidos definitivamente, o de forma provisional, cuanta tristeza, cuanta pena, cuanta amargura, cuanta frustración e impotencia, deseamos trabajar, ser útiles, dar continuidad a nuestra vida laboral y no podemos. He hecho una inversión en un negocio con el que espero mejorar la calidad de mi vida y la de los míos, y todo me ha servido de panteón.
Es imposible terminar sin un recuerdo a cuantos nos han dejado para siempre, en ocasiones solos en residencias y no con la mejor atención, o sencillamente en sus domicilios, ha sido literalmente barrida su existencia, y en ocasiones sin el cariño, sin cercanía, sin el calor, y el amor de los suyos. No se puede dar un hechos mas penoso, toda una vida de sacrificios y entrega, de trabajo y esfuerzo silencioso, de repartir generosidad preñada de cariño, y al final ni una mirada, ni un gesto, ni el calor de una caricia, es sencillamente, además de cruel, inhumano.
Todas estas realidades, metabolizadas desde la cognición de un político normal, han de imponer una vertebración de acuerdos, que además de necesarios son incuestionables e indiscutibles.
Autor Dr Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander, Octubre 2020
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