Hoy quisiera comentar un tema enormemente delicado, mucho más común de lo que nos parece, que provoca graves perjuicios a los hijos, marcando negativamente su evolución, sin que nadie, nadie, tenga conocimiento real del hecho.

La familia tradicional, que es la que mas representación tiene en nuestra cultura, es el lugar común de convivencia de progenitores e hijos, a los que ocasionalmente se pueden sumar otros miembros, especialmente los abuelos.

Nuestra concepción de la vida judeocristiana, nos hace entender la relación de pareja, como un encuentro tierno, amable, respetuoso y alegre, que podrá dar, además de los frutos de bienestar, paz , seguridad, y una descendencia, que con el tiempo ha ido perdiendo espontaneidad, para ganar en reflexión, vamos lentamente avanzando en la dirección que marca nuestra conveniencia.

El periodo de formación más sofisticado y prolongado en el tiempo, la participación de la mujer en el medio laboral, la dificultad de encontrar el primer empleo, así como las limitaciones para la conciliación, son entre otras las circunstancias que, dificultan, y por ello limitan, la natalidad, situando su índice actualmente en, 1,33 por mil mujeres.

Estas circunstancias van a incidir también en la convivencia, comprometiéndola en muchas ocasiones, los horarios de los cónyuges, son exigentes, por lo que no disponen de tiempo libre, y además en muchas ocasiones no es coincidente, con lo que el diálogo normal, o la comunicación mínima precisa, se da a destiempo, y además con una brevedad que no permite  la reflexión, nos decimos menos cosas y más superficiales. La intimidad relajada, distendida y placentera, ha ido perdiendo espacio.

Esta situación, en ocasiones, y de forma especial en alguna pareja, más sensible, inmadura, o más necesitada de afecto, etc., puede ocasionar, primero fatiga mental y física, y después falta de interés, e incluso cierta despreocupación, hasta llegar al planteamiento de una forma de vida distinta,  agudizándose esto, si se ha conocido a otra persona, con la que se mantiene cierto contacto.

Este itinerario que culmina con una separación, lo transitan en España 2,2 por mil habitantes, y no siempre bajo un formato de entendimiento, o aceptación, o en definitiva de acuerdo, planteándose entonces, en un 40% de los casos, una lucha, un enfrentamiento en el que, además de los cónyuges,  participan las respectivas familias, cuyo fin es incierto, y cuyas repercusiones, económicas, familiares, en amistades y de forma especial sobre los hijos, pueden ser enormemente graves.

Los hijos han estado ausentes en este paso, no han participado en nada, desconocen todo, viven su vida que por otra parte les llena, tienen sus amigos, con los que lo pasan bien. Tienen en definitiva vida propia, y bruscamente se sienten emocionalmente desnudos, solos, abandonados, en medio de una lucha, de un zarandeo que les marea, inician así un camino sin retorno de soledad, amargura, retraimiento social, tristeza, irritación, contrariedad, incluso desolación y vergüenza, dándose el comienzo de graves repercusiones en su comportamiento.

Los síntomas son diferentes de acuerdo con la edad de los niños, los mas pequeños pueden sufrir trastornos del sueño, pesadillas, alteraciones de sus funciones fisiológicas, tics, se dificulta la relación, por su carácter huraño, solitario, contestatario, caprichoso, terco, para trascender estos síntomas más allá de la vivienda, surgiendo tensiones y desencuentros con amigos y compañeros, bajo rendimiento escolar, trastornos digestivos, incluso peleas y todo lo que signifique enfrentamiento con la vida, con las cosas, y especialmente con los padres.

Pero los padres, en su generalmente, alejamiento del tema, de forma inconsciente primero, y más consciente después, están mandando mensajes muy negativos para los niños. ¿Cómo no ha venido tu padre/madre ya, siempre hace lo mismo?,  primero su conveniencia, después tu, tu eres el último, ¿no te lleva al futbol como siempre?, ¿no tiene tiempo para ti?, ¿estará muy preocupado/a con su nueva pareja?

O de otra forma, ¿cómo vienes sin la muda para mañana, en qué pensaría…?, ¿estaba sola/o acompañada/o?,  ¿no ha tenido tiempo de cambiarte, que vienes con ropa sucia?, ¿sigue enfadándose tanto?,  no le/a hagas caso, no está bien.

En otras ocasiones se da un paso más, que conlleva más dolor y destrucción, “cada día que sales de casa no lo puedo aguantar, querría morirme”, “me quedo sola/o triste, muy triste sin saber qué hacer,  me siento vacía/o, no sé cuanto podré aguantar esa situación”, “no puedo más, me siento destruida/o”.

Hay otros relatos más comprensivos, positivos, y humanos, de colaboración, de cariño, de armonía, de acuerdo, de entendimiento de la fragilidad del niño/a, de asunción de responsabilidades desde la entraña, en definitiva, de verdaderos padres responsables.

Hemos de tener en cuenta, que el niño pierde lo más preciado, su útero en vida en plena construcción., su espacio vital, su casa, pero además pierde su seguridad que anida en la relación de los padres, y su ambiente, y todo ello destruye su arquitectura emocional, invadiéndole un sentimiento de desolación, abatimiento y destrucción, tanto, que en ocasiones se siente culpable, de tanto destrozo, culpable de que sus padres se sientan infelices, riñan, se peleen, lloren, estén triste y se separen, y si además de esto, les culpabilizamos con nuestros tenebrosos mensajes, directa o indirectamente, exigiendo que se posicionen frente a la ruptura, su quiebra será total, y tan grave, que es difícil que algún día consigan digerirla.

Las parejas tienen derecho a separarse, incluso obligación, siempre que la convivencia viva,  tierna y productiva propia de la misma, deje de existir, pero también tiene la obligación de pensar en los ausentes, en los que no opinan ni son culpables de nada, y sin embargo son nuestros, y les trajimos sin pedirles permiso, y además son frágiles y vulnerables, y por ello necesitados de afecto, aceptación, ternura, compresión, seguridad, y respeto, de tal forma que,  tienen el derecho de poder aspirar, a que no se les perturbe su bienestar. 

Fuente: Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra. Febrero 2019