Al final llegó, parecía que estaba situada muy lejos, por lo que de forma perseverante comentamos a propósito de su celebración, y sin casi darnos cuenta, penetró enteramente en nosotros, nos invadió y nos arropó con su calor.
Son días cuando menos singulares para todos, en los que los recuerdos, además de la cotidianidad nos conmueven, nos emocionan, nos hacen en ocasiones hasta vibrar. Claro que todos guardan estrecha relación con la edad del que los vive. No es lo mismo una visión nacida desde la atalaya de los setenta, que la que se corresponde con la de los quince, pero aún así el motor es afín, la esperanza, el deseo, el afecto, el cariño, el amor, la enorme emoción.
Emoción por lo que esperas, o emoción por lo que se ha ido y no vuelve, o emoción por situarnos lejos del ser o seres con los que queremos compartir, pero al fin y al cabo emoción, además de inquietud y vibración, sentimientos que a la vez que nos envuelven, conectan con los recuerdos sembrados a lo largo de nuestra vida.
Pero estas navidades son singulares, aunque el rescoldo sea idéntico, su olor, y su perspectiva además de su realidad, ha venido precedida por la zozobra, por una enorme y permanente inquietud, primero, por desear llegar a vivirlas, y segundo por saber en qué circunstancias la íbamos a vivir, dada la situación sociosanitaria y económica en la que nos situamos.
La pandemia que de forma sorpresiva nos invadió, y lenta, pero resuelta y violentamente nos fue asolando, no nos ha abandonado, persiste entre nosotros, diariamente contamos en los medios de comunicación con un parte de guerra, y digo bien, parte de guerra, porque es la palabra que mejor define nuestra realidad.
Bien es cierto que es una guerra singular, diferente, que en nada se parece a las clásicas, pero se da la circunstancia que se dan dos bandos enfrentados, por una parte, millones de virus ordenados, violentos y letales como atacantes, y por la otra, la población total del globo con todas sus armas, medicamentos, y saberes, defendiéndose.
Es una guerra desigual al no ver por dónde viene el enemigo, al no poderle detectar y enmascarase para defenderse, pero está entre nosotros, camina con nosotros, nosotros sin querer ni saber le trasportamos, y además le “inoculamos” o trasmitimos, somos para nuestra desgracia culpables de su expansión, de su propagación, por lo que la lucha es más desigual, además de más injusta.
Esta situación es la que ha perturbado la antesala de la navidad, ¿cómo hacer, y qué hacer?, ¿cómo plantear la lucha frente al virus sin que afecte, o afecte lo menos posible a la necesidad o al deseo de entregar o compartir, nuestros recuerdos amables, cariños y tiernos recuerdos, y realidades presentes?.
La discusión, las opiniones, los comentarios, y las actitudes han tenido todos los colores posibles, dependiendo, de la madurez, formación, edad, sentimientos, y rasgos de personalidad del que las emite. Pero por encima de todo debemos aceptar, lo que realmente sabemos todos, que nuestro enemigo es un virus, que además es letal, que asesina sin titubeos, y que asesina a cualquier individuo, joven o mayor, enfermo o sano, hombre o mujer.
También sabemos que además de asesinar de forma indiscriminada, somos nosotros quien le trasladamos de un lugar a otro, pudiendo con ello contagiar a cualquiera que se ponga en nuestro camino, de aquí la necesidad de cuidarse primero, ya se han dado normas para ello, y de cuidar al máximo el contacto con los otros, para poder evitar su contagio.
Esto en el fondo viene a exigir, que nuestras reuniones familiares, o no familiares, deben de obligadamente poner el máximo cuidado en evitar las trasmisiones, por ello la familiaridad de sus miembros, ser o no ser convivientes, el número de los que se sitúan en la misma mesa, la condiciones de la habitación en la que se reúnen, ha de tenerse en cuenta, porque lo creamos o no, el área de urgencias de los hospitales está a pleno funcionamiento, y es un lugar que cualquiera puede visitar, soñando con la vuelta a su casa a la mayor brevedad, aunque en ocasiones esto no ocurra.
La semana pasada hablaba con un joven médico, hijo de un amigo, que trabaja en un hospital de Madrid, su mujer médico trabaja en Londres, estas vacaciones no se verán, ambos les ha tocado estar de guardia. Tanto él como ella la han vivido, después de uno minutos de frustración, con esperanza y amor, pueden en principio hacer mucho bien, y obviamente, tienen mucho tiempo por delante para poder disfrutar.
Sepamos pues aceptar la realidad por muy severa que nos parezca, no perdamos la serenidad, pensemos que hay más días para la diversión, y para el encuentro afectivo, emotivo y deseado, cuidémonos y cuidemos a los demás, y pongámonos como propósito el no visitar urgencias, ni ser cómplice de que algún familiar, padre, abuelo, o hermano la visite.
Autor Dr Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander, Diciembre 2020.
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