26 Sep 2019
J septiembre, 2019

Una presencia ausente

Baltasar Rodero

La conciencia, como conocimiento de nuestros actos, de su transcendencia, así como del mundo que nos rodea, no nace con nosotros, se desarrolla, crece y adquiere virtualidad con el tiempo, en paralelo a la adquisición del lenguaje. El niño nace y no tiene una conciencia definida, crece, se desarrolla y se comunica, y con ello alcanza su identidad de ser.

Este proceso complejo, profundo y esencial, al permitirnos ser, y estar en el mundo con los demás, conocer, entender, razonar, proyectarnos, etc., nos va a impregnar de un carácter o máscara determinada, de un comportamiento o conducta específica, y de una personalidad, singular, propia de cada uno, y diferente a la de los demás, de aquí que nuestras visiones de la realidad que nos rodea, nuestras opiniones a propósito de una situación, o de unas determinadas circunstancias, nuestros intereses, nuestras necesidades, sean diferentes, distintas, e incluso contrarias a la de los otros. Frente a un hecho que me afecte, que viva intensamente, no tengo porqué conectar con la opinión de los demás, no tienen porque serme útiles, incluso, me pueden dañar, al vivirlas como extrañas.

Las funciones intelectuales superiores,( F.I.S ), nos prestan, o mejor, nos regalan lo que somos, lo que hacemos y decimos, nos regulan las decisiones que tomamos, los intereses que perseguimos, las fantasías que nos poseen, en definitiva, son la luz que nos permite orientarnos en el camino de la vida, siempre difícil y tortuoso.

En ocasiones y sin saber porque, o cual es la causa profunda, algo ocurre, nace espontáneamente una fina capa de neblina, que va a oscurecer nuestro horizonte, en principio, no es susceptible de observación, no está en nuestra conciencia, pero de forma esporádica, nos hace tropezar intelectualmente. No encontramos la palabra adecuada, tenemos lapsus, sufrimos ausencias o falta de atención, nuestra conciencia se sitúa en otro plano, sin que tengamos conciencia de este hecho.

Se trata de situaciones esporádicas y fugaces, que pasan desapercibidas, que no nos impiden el ejercicio de una vida diaria normal y ordinaria, aunque, si penetramos en un proceso intelectual más profundo, planificar, organizar, ejecutar un acto previo razonamiento, etc., surgirán las dificultades, que trataremos de suplir enmascarándolo con rodeos , sin ser conscientes del nacimiento de nuestras limitaciones.

Lentamente, esta situación que en principio parece insignificante, se va a desarrollar, y cada día van a surgir errores con mayor frecuencia, de tal forma que el individuo que lo sufre, presentará más déficits, pudiéndolas observar, bien al recibir la vuelta de un pago, al recordar las tres cosas que se propuso comprar, o a la hora de recordar la distribución de los alimentos en el mercado, o en una simple conversación, en la que no entiende el doble sentido, del lenguaje hablado, pero nos seguimos riendo, incluso de los fallos, y aunque en principio no demos importancia a los déficits, éstos han nacido para destruir, como una mala hierba, cuyo crecimiento lo ejecuta mediante la destrucción de la sana que nos puebla.

Sigue el proceso que normalmente es penosamente largo, y los fallos aumentan y se hacen más expresivos y claros, actividades normales que realizaba con normalidad, no las puede ejecutar, incluso ni acompañado, de forma lenta se han ido perdiendo facultades, hasta llegar a la incapacidad total.

Además, se ha ido borrando la expresión del rostro, sus facciones específicas han desaparecido, la cara parece la de otra persona, y el lenguaje es lento, breve, muy mal articulado, hasta hacerse ininteligible.

Así llegamos al umbral de la etapa final, casi sin darnos cuenta, hemos ido supliendo déficits, suavemente asistimos a su total invasión, a la falta de conciencia de la realidad e identidad: dudando primero de quienes somos, después identificándonos con otros, y al final nos instalamos en otro mundo, nos ausentamos.

La verdad es que impresiona como una fantasía, como algo tan extraño que se hace difícil asimilar, vemos a nuestro ser querido frente a nosotros, y él, no nos ve, viéndonos, él se siente ajeno a todo, no responde a estímulos, no es consciente de su realidad, quizás algo interno le pueda hacer sonreír, o inquietar, pero ésto, nuestra inteligencia, no lo sabe interpretar.

Es como el recién nacido que nos mira y no nos reconoce, nos ve pero no nos distingue, somos como una prolongación del medio, de las circunstancias que nos rodean, un objeto mas, no representamos nada, ni a nadie, esencialmente no estamos porque él se ha ido, o no nos ve porque no está presente, respira, late su corazón, tiene conservadas todas sus funciones fisiológicas, todas sus constantes vitales, no deja de ser un individuo, pero en este caso es la imagen o la fantasía de un individuo, porque no puede ejercer como tal, sencillamente se fue.

Se trata al final de una situación, inverosímil, extraña, singular, porque sabemos que la vida, es la esencia de un ser consciente, a la vez que la muerte, es la ausencia de la vida. En este caso, con todas las constantes fisiológicas óptimas, estamos ausentes, no formamos parte de ese mundo consciente, es en sí una paradoja que, en principio no estamos preparados para asimilar. Quizás por esto la naturaleza nos lo muestra de forma lenta, ralentizada, con el fin de que podamos interiorizarlo sin graves conflictos emocionales, o traumas.

Es la patología mas engañosa y destructora del individuo, estamos frente a él, y estando, no está, no es, es su máscara, morfología y esqueleto, pero le ha abandonado la esencia del ser, que es el ser con los demás, además de con su propio yo.

Fuente: Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra. Septiembre 2019