Las mínimas habilidades que el recién nacido posee, mínimas, de forma lenta, en el ámbito familiar las va desarrollando, tocando objetos, todos los que tiene a su lado, mirando el ambiente que le rodea, observando algún aspecto específico del mismo, después gatea y realiza pequeños recorridos, más tarde se mueve, anda, corre, y de forma especial sigue tacando y aprendiendo, colores, formas, distancias, de las diversas estructuras, e interactúa con hermanos y demás objetos y personas, que tenga en su camino. Es la forma de aprender y a la vez de entender la realidad que le rodea, se caerá, y aprenderá a levantarse, se dará un golpe, y así aprenderá a prevenirlo, pegará a un niño o niña más fuerte, y así aprenderá que hay niños mayores con los que no se puede meter. Son las dificultades del camino, las que de forma lenta van condicionando nuestro itinerario, “si estudio, normalmente apruebo”, y de esta forma vamos progresando, más o menos lentamente.

Aunque todos nacemos, y llegamos al final de la vida al mismo lugar, la muerte, los caminos son singulares, cada individuo tiene el suyo, que siempre es distinto al de los otros, así como las dificultades, cada individuo ha de tener siempre las suyas. Yo a mis nietos, que viven con ciertas facilidades, siempre les comento, que aunque el camino de la vida nos impresione de una enorme autopista, cuyo recorrido es fácil e incluso agradable o placentero, puede, en cualquier momento o lugar, surgir un fenómeno atmosférico grave, granizo, niebla, nieve, lluvia torrencial, o baches de diverso calibre, o curvas peligrosas, o incluso curvas sin señalizar, que incluso pueden suponer nuestro fin, de aquí la prudencia, el vivir alerta, la generosidad en el camino, la amabilidad, la honestidad y la justicia, junto al cumplimiento siempre puntual de nuestras obligaciones, individuales y sociales.

Hay un obstáculo en la edad infantil, que además de frecuente, puede provocar en ocasiones grandes y graves sufrimientos, primero, para el protagonista que le sufre, y segundo, a nivel familiar, me refiero al bullying. Se trata de un proceso de acoso, emocional, psicológico o físico, que desde una sensación de malestar, pasando por cierto sufrimiento, expresado como pena, tristeza, apatía… puede llegar a expresarse como malos tratos físicos; forcejeos, empujones, bofetadas, peleas, palizas… e incluso estas animadas por palmeros, además de grabadas en vídeo que pueden subirse a la red. El alumno, ante este horizonte que le ofrece el colegio, inventará las mayores molestias o dolores, para justificar la asistencia al mismo, porque le avergüenza el comentarlo, como el no saber resolverlo, de tal forma que, el problema, se hace persistente, representando cada día un mayor drama para el niño, que le vivirá  con retraimiento social, marginación, exclusión de todo tipo de actos, soledad… por su sentimiento de incapacidad. Se hará más frágil y débil cada día, se sentirá más decaído, perdiendo además lentamente, el sueño y el apetito, pudiendo acariciar desde su soledad como salida, la posibilidad de dejarnos eternamente.

Estamos situados frente a un drama, cuyas raíces largas y profundas, se hunden en la historia, mantenido en el tiempo, y que las redes sociales han incrementen los enormes daños que causa, al exponerle públicamente, de tal forma que, a pesar de los esfuerzos realizados hasta el día de la fecha, el grave problema persiste, golpeando de forma permanente, en colegios e institutos de forma especial, provocando en ocasiones graves catástrofes.

En este largo puente de diciembre, he tenido ocasión de repasar, los diferentes casos a los que he tenido ocasión de atender, contando con quince casos, de los que, cuatro son de Palencia, tres de Valladolid y el resto hasta veintiuno de Cantabria. Repasando el contenido de las historias, los jóvenes se pueden dividir en dos grupos; uno, los que presentan anomalías físicas visibles, más o menos expresivas, cojeras, microcefalias, orejas en abanico, nariz prominente… y dos, los que se definen como personalidades normales, pero singulares, el supereducado de acomodada familia, el abandonado desaseado y con malas notas, el coqueto o llamativo, el pasivo, humilde y solitario… no se observan fobias específicas. Y las familias podrían formar dos grupos, aquellas dialogantes y preocupadas, que viven de cerca el proceso, y que presentan una disposición positiva para su resolución, y las discutidoras, díscolas y conflictivas, siempre más complejas en las relaciones, y que en ocasiones obstaculizan las posibles respuestas.

La prevención es más que necesaria, vital, se sabe de la existencia del problema, de sus repercusiones en clase, de que puede trascender por redes sociales, agravándose… y sabemos quiénes pueden ser objeto de acoso. El profesor conoce a sus alumnos, conoce su comportamiento, su personalidad y su categoría humana, esto forma parte de la empatía, sin la que su tarea es estéril. Hemos pues de estar atentos a las diferentes dinámicas de la formación y desarrollo de los grupos, de los juegos en equipo, de las preocupaciones de los padres, del discurso de los alumnos en clase… Es seguro que un profesor atento puede y debe ser el mejor detective del tema, parándolo antes de que trascienda cualquier desencuentro, que haga sospechar que pueda causar graves desencuentros. Hablar del tema abiertamente, significar su realidad, comentar la pobreza de la generosidad en determinados casos, fomentar la solidaridad y cooperación, dramatizar el proceso en clase para visualizarlo, todo ello es positivo.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024