Una visión histórico y filosófica de la felicidad. Sin lugar a dudas, la búsqueda de la felicidad ha sido una constante histórica, a la vez de una aspiración universal desde el principio de los tiempos, concepto propiciado por la gestación de varias escuelas filosóficas, para su estudio.
En la antigua Grecia, se plantearon dos preguntas básicas y esenciales: ¿qué es la felicidad?, y ¿qué hace feliz a las personas?, preguntas que han sido respondidas a lo largo de la historia bajo diferentes opiniones.
Los Aristotélicos, la definían como la autorrealización o el logro, de cuanto habían deseado. Los Cínicos, entre los que destaca Diógenes, defendieron la necesidad de cultivar una vida sencilla y apegada a la tierra, dado que, en nuestro equilibrio con la naturaleza, se dan todos los elementos para ser felices. Los Estoicos, entre los que tuvo especial protagonismo Zenón, defendían una vida basada en la razón, la discusión y análisis eran lo fundamental, y para los Hedonistas, con Epicuro a la cabeza, consistía en el máximo disfrute, en la búsqueda del placer, tanto a nivel físico como intelectual, pero sin excesos.
Para los racionalistas, cuya cabeza más visible fue Spinoza, consistía en la aceptación y adaptación a la realidad. Neutralicemos los sentimientos de amor y odio, y adaptándonos a la realidad, aceptémosla y sigamos.
En el siglo XIX, surge una nueva escuela filosófica, Nuevo Pensamiento, para la que la felicidad es una actitud, un deseo, una decisión, cuyas claves son, la aceptación de toda nuestra vida y sus circunstancias, y la perseveración o constancia. Por ello, su logro va a exigir un esfuerzo permanente, siempre dirigido hacia una meta clara y precisa, libre de ambivalencias y dudas. Ricard introduce a todo ello, como aditamento, el altruismo y la aceptación, desde un sentimiento íntimo.
En esta línea positivista, Csikszentmihal, jefe del departamento de psicología en la Universidad de Chicago, cree que la felicidad surge por un estado de flujo o experiencia, que nos atrapa y dulcemente nos esclaviza, al mantenernos motivados, hasta el punto de perder la noción objetiva del paso del tiempo, es como un enamoramiento que se prologa, sin que se pueda observar su fin.
Obviamente, no todas las escuelas filosóficas mantienen esta línea medular del concepto base de la felicidad, como objetivo alcanzable y deseable, Nietzsche, fue un defensor del concepto, de que el individuo no ha nacido para ser feliz, su destino claro y único es el sufrimiento.
Al hilo del sentido central de estas aproximaciones al concepto de felicidad, podemos significar, que se trata de un estado de plenitud, de placer, de bienestar, que puede responder al logro o disfrute de un hecho concreto, nacimiento de un hijo, encuentro con un trabajo deseado, finalización de una licenciatura, p.e., por lo que es, esencialmente, un estado, una actitud, una forma de vida, una forma de relacionarnos con nosotros y con todo lo que nos rodea, de aquí que personas que viven en la opulencia, puedan perfectamente sentirse desgraciadas, y al contrario, personas sujetas a graves y penosas limitaciones, puedan perfectamente sentirse serenas y plenas.
Por esto, es algo que sencillamente no se puede encontrar, pues no existe como tal, hay que construirla mediante el desarrollo de nuestros actos, sin que esto implique mirar hacia afuera especialmente, porque la consecución de algo deseado, nos puede dar unos momentos de alegría, un plus, pero siempre va a ser transitorio. Rinchen comenta que, vamos como saltando sobre una enorme y prolongada cordillera, de pico en pico de felicidad. Adquirimos algo bonito, agradable y deseado, y nos impregnamos de un magma de placer, que destila, y desaparece hasta que llega otro, y con ello el consumo de otro acto deseado, y así de forma permanente.
Esto quiere decir que la felicidad es algo muy internamente sentido, y que puede o no, tener concesiones externas, es pues un estado de paz profunda, interiorizada, o la ausencia de todo tipo de malestar o inquietud, es un baño de placer, plenitud, gozo y tranquilidad, “nada nos inoportuna, la serenidad es absoluta y total”.
Esta plenitud, esta exaltación de placer, este vivir flotando sin limitaciones, quizás requiera retoques o cambios más o menos sutiles en nuestra actual escala de valores. En las cosas, hechos o circunstancias, puede estar el logro deseado, y junto a él, la presencia de un estado amable alegre y feliz, pero transitorio.
Ante la existencia de la felicidad, se pueden dar dos posturas, aquellas que gozan de cierto optimismo, y las escépticas, o resistentes frente a su logro, obviamente, dependiendo de ésta podemos ser más o menos proactivos frente a la misma. De aquí, que cada persona la pueda experimentar de diferente forma, a la vez de que pueda ser provocada por distintas situaciones, o circunstancias, pudiendo además ser más o menos duradera. Pero siempre será la coronación o el fruto, de una lucha constante y permanente .
Según el budismo, no existe el camino de la felicidad, sino que la felicidad es el camino. Un sentimiento de amor a nosotros mismos, el servicio generoso y altruista a los otros, la ausencia de codicia, mentira, injusticia, hipocresía, en nuestra actitud, pueden ser las señas de identidad para nuestro camino.
Fuente: Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra. Junio 2019
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