10 Oct 2016
J octubre, 2016

¿Cómo afrontar el duelo?

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Parece inverosímil que el duelo, un hecho tan cotidiano por lo normal, que convive con nosotros desde que nacemos, que sucede a nuestro lado, que es familiar y cercano, y sabiendo que todos hemos de sufrirlo, cause tanto dolor, tristeza, destrozo social, dramatismo, etc.

Ante la muerte de un ser querido, generalmente a todos nos une una respuesta con un perfil muy afín, perfil que se suscita de forma automática, que no se elige, por lo menos en sus primeras fases.

Lo primero es el dolor de la ausencia, que puede enmascararse como rabia, enfado, frustración, incluso agotamiento; se pierden las ganas de luchar, nada tiene sentido. Con el tiempo, generalmente antes del año, todos nos hemos incorporado a la vida normal, siempre que sintamos apoyo, solidaridad, comprensión, y nuestra vida discurra por cauces normales.

Se han descrito en este trayecto de reposición, la existencia de algunas fases concretas: negación, resistencia, aceptación y adaptación, pero que pueden no estar presentes, de tal forma que cada individuo va a elegir de acuerdo con sus recursos, emocionales y ambientales, su camino. Todos disponemos de la capacidad de superación en condiciones normales.

Hay situaciones que pueden complicar este proyecto, y que pueden forzar una dilatación del mismo en el tiempo. Si p.e. tenemos pendiente la resolución de algún conflicto, aquí la conciencia de culpa, el sentimiento de desesperanza e impotencia, incluso de fracaso, juegan su papel, y dificultan una evolución normal, haciéndola más dolorosa, intensa, y prolongada.

Porque es un hecho cierto que la muerte forma parte de la vida, ésta no se entendería en ausencia de la muerte, y el fin de la vida en este mundo es la muerte, final al que nos dirigimos desde el mismo día que nacemos, una meta conocida, en circunstancias desconocidas, pero todo ello profundamente real.

Obviamente provoca temor, miedo, pena, una serie de sentimientos concatenados, que subyacen al abandono eterno de todo lo que nos ha acompañado a lo largo de nuestro camino.

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Son pues unos sentimientos que en su conjunto nos apenan, afligen, nos comprimen tanto, que de forma inconsciente los rechazamos enmascarándolos en ocasiones con una actividad productiva y esterilizadora, que sería el inicio de un atajo, hacia la meta final, morir en vida.

Es obvio que las distintas religiones han sabido responder a este doloroso vacío, pues todas tiene en común el sentido de la trascendencia de la vida, del más allá, del gozo final, que supone una fase superior a la etapa final. Con esta perspectiva el sentimiento se hace más liviano, pues el arrancamiento queda atomizado, por un trasplante en un lugar lejano y desconocido, pero que nos impresiona de luminoso, cálido, sereno y placido.

El duelo en definitiva es un proceso indeterminado en el tiempo, cuyo objetivo es poder participar en la vida, ser con los demás, estar en el mundo, sin que la ausencia del ser querido limite nuestra normal libertad.

Este proceso ha cambiado, o mejor ha cambiado su ceremonia. No hace tantos años moríamos en el domicilio, y rodeados por todos los nuestros, todos participaban en el proceso, familiares, amigos, vecinos, etc., además, a esta cita penosa del fallecimiento, seguían encuentros, visitas con eternos relatos a propósito de la vida del fallecido. Ello tenia de positivo la solidaridad, la compañía, el poder expresar el dolor sin límites, además de poder traer el pasado al presente.

Tiene de negativo el esfuerzo físico e intelectual, de estar siempre presente, de estar siempre en guardia, de dar forzosamente respuestas activas, de participar, de implicarnos por agradecimiento, en definitiva, el cansancio al final hace su presencia.

Pero además, el colectivo de población que cree ser depositario de las esencias de las formas, y de su conservación, estará atento, el color negro es insustituible, junto a los momentos de sollozo y tristeza, y el luto o aislamiento social.

Hoy sin embargo asistimos a unas ceremonias de duelo más humanas y comprensivas. El difunto generalmente fallece en el hospital, pasa seguidamente al tanatorio, y desde aquí a su reposo eterno, vemos pues una relación físicamente más lejana, aunque emocionalmente conserva la misma intensidad dolorosa.

Familiares, amigos, vecinos, etc., se muestran más comedidos, todos nosotros desde un menor apegamiento, vivimos con más normalidad un hecho normal, por lo que los procesos de duelo suelen ser expresivamente más suaves. Hay un hecho que en ocasiones afecta notablemente a los familiares más cercanos, y es la respuesta a la pregunta ¿hicimos todo lo que pudimos …? todo ello es lógico, y forma parte del proceso normal del duelo, la presencia de cierta conciencia de culpa.

Seguir cada cual su código

La facilitación de la vivencia del proceso nos exige, hablar de todo sin exageraciones pero sin recato, hablar no supone la simpleza de expresar unas frases, éstas tienen que ir cargadas de contenido y sentimientos, lloremos, irritémonos, enfadémonos, etc., y todo ello dentro de unos parámetros correctos, pero con enfatización.

No me importa lo que los demás esperan de mí, yo soy yo, y dispongo de un código propio de comportamiento, que no tiene por qué coincidir con el de ellos, el de los otros, pues apliquémosle.

También entiendo que desde esta perspectiva, del código, cada uno observará una velocidad en la superación del proceso, esto que parece obvio, no se respeta cuando cualquier familiar o amigo, desde la mejor intención inicia un discurso diciendo,  » yo en tu lugar….  » . Lo que tengo que hacer lo sé yo, me lo indica mi corazón, aquello es lo que tu harías, pero yo soy yo, y no tú, con lo cual aplicaré mi código.

Baltasar Rodero Vicente

Médico-Psiquíatra