Osmán tiene siete años, padece parálisis cerebral y vive en un campo de refugiados. Con seis años Tina creía que la única interacción que se podía tener con un hombre era sexual. De Sandy pensaron que no hacía falta tratarle trauma alguno a pesar de que con tres años vio morir a su madre. Estuvo además once horas agarrada a su cuerpo hasta que la encontraron. Arancha se suicidó con 16 años cansada de sufrir acoso escolar.
Cada año, millones de niños viven en el mundo experiencias traumáticas. En muchos casos, ocasionan daños irreparables, a veces similares a los sufridos por los soldados en las guerras o los supervivientes de un campo de concentración. Pequeños como los que ha tratado el doctor Bruce Perry, jefe de Psiquiatría del Hospital de Niños de Texas, cuyas historias narra en ‘El chico que criaron como perro’ (ed. Capitán Swing), o como aquellos que involuntariamente se convierten en noticia. Niños heridos. Porque el trauma que les ha causado la situación que han vivido es una herida. Y en el caso del cerebro, un impacto emocional que deja una huella que no se puede digerir.
Hasta hace relativamente pocos años se pensaba que la mente de los niños era ‘irrompible’, afortunadamente se ha visto que no es así. En absoluto. De hecho, la psicóloga clínica Montse Lapastora, afirma que un trauma puede quedar grabado en el cerebro de un niño incluso antes del nacimiento. «Por ejemplo, el cerebro de una madre que ha pasado por una situación como la muerte de su marido o por una relación de malos tratos. Se genera una serie de sustancias químicas que van a pasar al feto. Así ese niño nacerá con unas características heredadas que provienen del estrés sufrido por la madre», apunta.
También los niños que permanecen en las incubadoras padecen un trauma específico. Están en un medio que perciben como hostil, ya que en nada se parece a la calidez del útero materno, y no tienen a esa madre que les acompaña y les sostiene afectivamente. Un estímulo percibido como amenazante –un movimiento súbito, un cambio brusco en el nivel de sonido…– genera en el bebé respuestas desestructuradas que se ven en sus movimientos. Estos prematuros responden con temor a determinadas situaciones que les ‘indican’ un riesgo para su integridad.
«Imaginemos que el cerebro de un niño sano es una naranja. Un cuarto está maduro, el que tiene que ver con la psicomotricidad, con el movimiento, pero el resto no. El resto va a madurar fuera del útero, ya que dentro no hay suficiente espacio. Pues bien, esa maduración va a depender del entorno que tenga el niño. Si se le estimula y se le quiere, va tener un cerebro bien desarrollado. Va tener las conexiones neuronales suficientes para que posteriormente pueda desarrollarse de una manera normal. Si por el contrario a ese niño le sucede lo mismo que a los que se deja abandonados en cunas en los orfanatos, que nadie les habla, ni les da cariño ni se les estimula, su cerebro se va a modificar tanto a nivel funcional como estructural», explica Lapastora.
De hecho, muchos niños adoptados tienen el hipocampo más pequeño. Y esa área del cerebro está implicada en el aprendizaje, la memoria, la formación de recuerdos, las relaciones sociales… «A muchos de esos niños, al crecer, les cuesta mucho trabajo mantener relaciones íntimas. Y no me refiero solamente a las de pareja, sino a las vinculares con otra persona, en las que haya una plena confianza. Por ello, pueden ir de una amistad a otra sin profundizar en ninguna», agrega.
En estado de alarma
Cuando el cerebro se enfrenta a una situación que percibe como peligrosa segrega cortisol. Una hormona que nos ayuda a defendernos. En el caso de bebés no atendidos, niños maltratados… en resumen, sometidos a situaciones de estrés continuo, el cerebro llega un momento que se desregula y se ‘inunda’ de cortisol. De ese modo, ese niño va a quedar en un permanente estado de alarma. Puede ser un niño que no pare. Que se esté moviendo continuamente. O que cuando otro niño se acerca a saludarle le pegue porque piensa que quiere atacarle.
Son niños que sufren de estrés postraumático (TEPT) y que pueden reaccionar de esta forma que hemos indicado. Hiperactiva, o siendo hipoactivos, o sea niños que no tienen interés por nada, que no quieren hacer nada. Y no es cuestión de voluntad, no es que no quieran hacer algo, es que su cerebro está dañado. Con lo que hay que acudir a un experto que les ayude.
El problema es cuando es crónico
En resumen, cuando los niños o las personas en general experimentan situaciones traumáticas (que se perciben como muy abrumadoras) suscitan respuestas subcorticales del cerebro, respuestas innatas de supervivencia (lucha, fuga, congelación, sumisión, llanto de apego). «Cuando se experimentan estas situaciones abrumadoras de manera crónica, estas respuestas de supervivencia de nuestro sistema animal defensivo continúan activándose de manera alterada y exagerada aun cuando ya no hay peligro actual, lo cual es la base de la ‘disociación estructural de la personalidad’», explica la psicóloga clínica Esther Pérez, formadora del Instituto de Psicoterapia Sensoriomotriz en Barcelona.
«Esto significa que el trauma, por su naturaleza, es la causa de que nos fragmentemos y compartamentalicemos de manera que desarrollamos una parte de nosotros que es capaz de seguir viviendo el día a día (que se encuentra en el hemisferio izquierdo) mientras que en el hemisferio derecho guardamos una parte que se mantiene hipervigilante y en guardia, así como también los recuerdos traumáticos y las respuestas de supervivencia», agrega Kekuni Minton, cofundador del Instituto de Psicoterapia Sensoriomotriz en Colorado (EE UU).
Consecuencias del acoso escolar
Pero aunque hay una parte que ha aprendido a vivir el día a día. Es fóbica de estas respuestas de supervivencia. Se activan con estímulos del momento presente que son recordatorios del trauma original. Puede ser un olor en particular. Cierta imagen intrusiva que les venga a la mente. Una sensación corporal parecida a la que sintieron en el momento del trauma. Al activarse, la persona siente que pierde el control y se sale de su ‘margen de tolerancia’ hacia la hiperactivación o la hipoactivación. Sienten como si el trauma volviera a ocurrir en el presente. Y no son capaces de distinguir el presente del pasado, de ahí que revivan el trauma una y otra vez.
Esto en sí describe los síntomas de TEPT. Hipervigilancia, evitación, respuesta de sobresalto exagerada, inquietud psicomotora, pesadillas, insomnio, inundación de recuerdos o imágenes traumáticas recurrentes…
Fuente: DM. Pilar Manzanares
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