Cada día asistimos con más frecuencia a problemas derivados de tensiones en la familia, cuya génesis es, el cuándo, cómo, y con quién tienen que hacer los deberes los hijos.
Nosotros defendemos su importancia «en la formación» del niño, obviamente con la introducción de algunos cambios que faciliten su realización.
Su utilidad viene rubricada porque el niño se inicia en el aprendizaje de la cultura, del esfuerzo, trabajo, y dedicación, propios de una vida normal.
La jornada no se agota en el colegio, sigue en casa con 1/2, 1, 2 o 3 horas de deberes, de acuerdo con la edad y responsabilidad del alumno.
Le permiten en un ambiente distendido, fijar conceptos. Éstos han sido apuntados en clase, pero el alumno los tiene hilvanados, falta fijarles, correlacionarles.
Le enseñan a ordenar su tiempo. El espacio dedicado a los deberes va a continuación del correspondiente a la merienda, y a éste le sigue el correspondiente al juego, por ejemplo.
Deben de servir para enriquecer la convivencia en la familia, la complicidad, confianza, y seguridad, aumentan con la cercanía.
Permiten además aprender a ordenar y fundamentalmente a renunciar. No se pueden hacer dos cosas a la vez. La renuncia es la base del éxito, del progreso, hablo de renunciar, que no es elegir.
El niño además está aprendiendo a convivir, a estar con los otros en casa, a saber cual su espacio, respetando el de los demás, aspecto vital en una familia, porque no es difícil encontrar a familias, que han convertido su casa en un hotel donde pernoctar, con lo cual las distancias entre sus miembros se incrementan, y con ello al final asistimos a fricciones.
Junto a este relato de aspectos positivos, existen otros menos favorables, incluso perturbadores, desde el mundo en el que vivimos.
Empezamos por la desresponsabilización de los hijos. Una pareja joven tiene descendencia, pero como es joven y viven junto a sus padres jubilados, jóvenes aun, les cuesta renunciar a su vida de solteros, y uno o dos días por semana salen, situando a los niños con los abuelos, sobrecargándoles con un trabajo que solamente los corresponde a ellos.
A esta situación se puede unir aquella, en la que al trabajar ambos cónyuges los niños en ocasiones desde la mañana conviven con abuelos, responsabilizándose de sus cuidados, asistencia al cole, comida, vestimenta, etc.
En ambos casos se da una gran paradoja, los padres exigen de los hijos que cumplan con sus obligaciones, y sin embargo ellos, en plena incoherencia se olvidan de las suyas.
Se separa una pareja, ella tiene 38 años, es joven, tiene un hijo de 9 años, conviven con los padres, ella trabaja, como es joven entiende que los fines de semana tiene que salir con sus amigas, los padres con paciencia lo aceptan, pero al final surge la tensión. Ella eligió ser madre, nadie se lo exigió, y su primera obligación es atender a su hijo, los padres podrán colaborar, pero jamás responsabilizarse de una situación que no han creado.
El tiempo disponible, y la formación académica de los padres, son factores significativos. Si se trabaja ocurre que, además de disponer de poco tiempo, este carece generalmente de calidad, llegan a casa fatigados, deseosos de descansar, algo que no vamos a encontrar al lado de los hijos compartiendo sus deberes, siempre o casi siempre motivo de tensión.
Por otra parte, la formación que se requiere para la resolución de determinados ejercicios, o la interpretación de algunos conceptos etc., exige de una determinada formación, de la que en ocasiones carecen los padres, y esto hace que la tarea sea difícil o imposible, complicando la relación entre padres e hijos.
Desde estas reflexiones vemos que los deberes son positivos, pero que pueden plantear a la hora de su realización, ciertos problemas, en ocasiones tan negativos que pueden poner en duda incluso su valor.
Nuestra propuesta se fundamenta en la edición de unos cuadernos trimestrales de ejercicios, en los que vengan registrados la totalidad de los deberes de cada trimestre por días, estos estarían a las manos de cada uno de los estudiantes y del profesor respectivo, disponiendo los padres de los mismos cuadernos, pero con el razonamiento de cada ejercicio, y las soluciones de los mismos.
Planificarse es la clave
Las tareas serian diarias, y se realizarían en un tiempo en relación con la edad y la responsabilidad del alumno, desapareciendo así aquello de que, «no sé si hoy tengo deberes», todos somos sabedores de los deberes que nos corresponden cada día, y el profesor semanalmente estampa la nota, en el cuaderno de cada alumno.
El niño sabe que después de la merienda, le espera el cuaderno de deberes, que es diario, que es una exigencia a la que no podemos decir no, que es común para todos, esto le proporciona el habito que necesita para el ejercicio de cualquier tarea.
Los padres descansan, saben que hay que hacer tareas pero no las temen, porque saben los resultados de las mismas, disponen de un cuaderno especial, esto les da un plus que les acerca más a los hijos, y comparten de forma más distendida el tiempo de trabajo.
En el éxito de esta propuesta colabora muy directamente una planificación discreta de las actividades extraescolares, la ansiedad de los padres y la oralidad de los hijos son aspectos que hay que aprender a dirigir.
Fuente. Baltasar Rodero. Psiquiatra
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