A la generación de los niños de hoy se la comienza a conocer, en los congresos de psicólogos, como «generación blandita. Definición que intenta comprender el exceso de mimo por parte de los padres, que crían a unos hijos sobreprotegidos, poco resolutivos y a los que nunca se responsabiliza de los errores que comenten. Muchos de estos progenitores sufren el síndrome de ‘padres helicópteros‘, por sobrevolar e interferir en cada una de las actividades de los niños.

Para evitar prolongar ciertos errores  cabe preguntarse qué significa «educar». Para la psicóloga infanto-juvenil Marta G. Lacabex, educar es «acompañar a un niño para que desarrolle al máximo sus capacidades De manera que llegue a ser la mejor persona que puede llegar a ser, y no la que nosotros queremos que sea».

Recientemente tuvo lugar una conferencia suya bajo el título de «¿Por qué los niños no vienen con libros de instrucciones?. Explicó que dejar que los niños asuman responsabilidades y resuelvan solos situaciones que revisten cierta dificultad no está reñido con intentar procurarles toda la felicidad posible. Es más aconsejable acompañar a los hijos en las actividades que puedan realizar ellos solos, que tratar de hacerlas nosotros por ellos. Es mejor darles una caña para que aprendan a pescar durante toda su vida, que unos peces para que coman un día solo».

Evitar etiquetas

 
 La pregunta surge inevitablemente: ¿estamos criando a una ‘generación blandita’? Lo primero que advierten los expertos es evitar la etiqueta. Hemos de evitar poner etiquetas a los niños porque en muchas ocasiones acaban asumiéndolas como suyas. Es lo que se conoce como efecto Pigmalión. En el que los niños finalmente se terminan comportando tal y como les marca esa etiqueta.
 

Este tipo de categorías surgen a veces en el calor del hogar, sin que los padres se den cuenta. Por ejemplo, cuatro etiquetas negativas muy comunes son:

Vago: por no obtener un determinado rendimiento académico.

Rebelde o travieso: por no seguir unas determinadas normas de conducta.

Inseguro: por mostrar cierta timidez.

Nervioso: por ser inquietos y activos.

Tolerancia a la frustración

Pero también es cierto que la conducta de los padres muchas veces no ayuda a evitar una categorización general. Hay que trabajar en la tolerancia a la frustración y la educación del carácter. Entendiendo éste como el conjunto de habilidades como la persistencia ante las dificultades, la capacidad de trabajo con otros así como la capacidad de sobreponerse ante el fracaso. Hay que fomentar la asunción de decisiones en los hijos, con sus respectivos éxitos y fracasos. Transmitiéndoles los valores de la familia y la sociedad. Aumentando su resiliencia ante las dificultades de la vida. Familiarizándoles con el trabajo en equipo. Dándoles valentía para defender con palabras y hechos las convicciones propias.

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Ahora bien, es importante respetar la individualidad de cada niño. Cuando hablamos de los niños, no sirve lo del manual, cada niño es único e irrepetible. En la sociedad de consumo en la que vivimos estamos acostumbrados a que todo tiene un manual de instrucciones para ponerlo en marcha. Y sus preguntas frecuentes para cuando algo falla. Sin embargo, las fuentes habituales a las que recurrimos son la experiencia de nuestros mayores, libros, foros de internet, amigos en los parques, profesionales. Todas estas fuentes tienen diferente calado en cada familia, generando muchas dudas, mucha confusión para la crianza. Lo cual puede derivar en ansiedad en un proceso natural de la vida.

Fuente: DM.