“Se obediente, que poco obediente eres, no seas tan desobediente. ¿Por qué no me obedeces?, siempre quieres salirte con la tuya, eres un caprichoso”… Todas son expresiones muy comunes en nuestra sociedad, enormemente rígida y exigente,  además de obsoleta, quizás heredada de muchos años, en los que sólo existía una verdad, incontestable, incuestionable, que no se podía someter a discusión jamás, era algo inimaginable, tanto, que estaba prohibido. Fueron muchos años los que vivimos en esa cultura, dentro de esos patrones de convivencia, familiar y social, de aquí que aún vivamos impregnados de esa fría brisa, atomizadora. Han pensado ustedes, ¿dónde está la lógica, de que una señora paseando con su niño, de 3, 4, 6… años, que se encuentre con un conocido, quizás hasta sin afeitar, indique a su niño, saluda al Sr, es tu tío, dale un beso, exigiéndoselo de forma reiterada, ante su negativa?

En este caldo de cultivo, cuyas raíces persisten aunque debilitadas, hemos nacido, nos hemos desarrollado y crecido, por lo que nos ha alimentado su espíritu emocional, de aquí que no es extraño, que de forma permanente o por goteo, acudan a la consulta los padres, acompañados de un hijo adolescente o preadolescente, comentando que: ha perdido la estabilidad, no respeta a nadie, no podemos con él, protesta por todo, ha dejado de hacer deberes, o por lo menos el rendimiento académico ha disminuido, tiene un hermano mayor y le imita en todo, comentando además, ¿por qué no puedo regresar a la hora que lo hace mi hermano?, ¿por qué esta tarde no puedo salir como mi hermano?, ¿por qué él puede recibir más paga que yo?, yo sé que es el preferido, y siempre le apoyáis a él, yo valgo menos, saco peores notas, y por ello me tratáis peor…

Si unimos la cultura ambiental descrita, ya cronificada, por el transcurso del tiempo, aunque con ciertos matices, con el repertorio numerosísimo de hormonas que fluyen de la nada, todas ellas nuevas, tenemos que concluir que algo nuevo, distinto, y muy diferente tiene que ocurrir. El niño a esa edad es un enorme depósito de novedades, la fantasía se adueña de sus pensamientos, y la conducta fruto de estos, es cuando menos distinta, completamente diferente, su objetivo es el de ser mayor, el de buscar su sitio en la familia y en la sociedad, además de entre los amigos, los codazos, y zancadillas, enfrentamientos, discusiones han de ser abundantes, fruto de su espíritu de protesta. El mundo no le gusta, tal como es, no responde a sus deseos y necesidades, la lucha es imprescindible para desbrozar su camino, de aquí que el enfrentamiento y el vocablo ¡no!, sea consustancial a sus inquietudes, por lo que lo peor es, asustarse, sorprenderse, vivirlo con preocupación, porque es todo ello normal.

En este momento necesitamos especialmente dos armas, la paciencia y el diálogo, además de un ambiente amable, cálido y familiar. La paciencia es saber estar, no perder la compostura, entrenarse en las respuestas, porque nos preguntará de todo, y estas, las repuestas, han de ser claras y sencillas, no ortodoxas, y categóricas, como habla el adulto, sino sometidas a la crítica. Tiene derecho a discutir, a preguntar, y nosotros con humildad, desde el mayor grado de estabilidad, a responder, de esta forma se acercan las posturas, él pierde tensión y agresividad, y podemos concluir en algo, aunque no nos tiene que sorprender que lo olvidará, porque su personalidad se lo exige, y nosotros con calma lo recordaremos; la paciencia es vital, y no es fácil de mantener, a no ser que estemos entrenados, y sepamos que es el único camino para conseguir lo que deseamos, que siempre es, el que nuestro hijo encuentre su itinerario vital.

El diálogo hay que cuidarle, propiciándolo en un ambiente, que esté presidido por la tranquilidad, la serenidad, y  la calma, porque es el otro parámetro esencial. Relajados, aunque él nos inquiete, o sea hiriente, o incluso nos acuse… Sin perder la serenidad de partida, pero sin la rigidez propia, de cuando un adulto habla seriamente, tampoco sin sonrisa, porque para él es algo muy serio, desde esta actitud, trataremos de responder, con el amor y la serenidad, lo que podamos a cada pregunta, sin minimizar su importancia, repito, porque para él es importante, y hay que buscar la comprensión y el entendimiento, moviéndonos en un mismo nivel. Ocurrirá que será difícil hablar con él, que nos rehúya, pero siempre se darán momentos de cercanía, en lo que podemos hacer alguna pregunta neutral, que el responda, y lentamente podremos ir adentrándonos en su mundo, y así conocerle y ayudarle.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024