Nace el invierno, acompañado como siempre por las sombras y el frío, los rayos de sol son más oblicuos, nos llegan más débiles, y la luz y el calor van lentamente disminuyendo, surgiendo más tarde el día, más pronto la noche y un tránsito entre ambos hechos, más breve, lluvioso, ventoso, oscuro y de peor tiempo en general. Es un cambio atmosférico, que imprime grandes cambios en la convivencia, haciéndola más casera y menos pública.
La respuesta por ello, es la calefacción en las casas, o los grandes troncos de leña en las grandes casonas de campo, junto a la ropa de invierno, más tupida y de lana y todo ello cubierto de paraguas ocasionales, o impermeables. Tratando de evitar los perjuicios de los síntomas de la estación, que por otra parte conlleva la presencia de microorganismos, capaces de provocar, o agravar patologías existentes, generalmente, en públicos más vulnerables.
Pero, como siempre ocurre, se da la existencia de personas más habituadas al mal tiempo, que sin saber porque aguantan viento y lluvia, incluso con una sonrisa, son personas habituadas a ese tipo de vida y ambiente, que lo soportan hasta con placer, de buen carácter y con la sonrisa en los labios, “el invierno no se le come el lobo”, dicen y se sienten preparados o por lo menos no sorprendidos, tratando de minimizar los cambios en su forma de vida habitual. Los genes son singulares de cada uno, como lo es su capacidad de defensa.
En varias ocasiones y por estas fechas, se han acercado a consulta mujeres jóvenes casadas y solteras, acompañadas de sus madres mayores, con residencia en uno de eso pueblos de 10 ó 20 habitantes y con muy escasas comodidades, con la idea de llevarse a su madre a su casa de la ciudad. Estará más cómoda, tranquila sin hacer nada y asistida, no tendrá que molestarse; éste ha sido siempre el discurso común. Expresan previamente preocupaciones por su edad, limitaciones, y especialmente por la soledad, “sin ayuda, cuidados, vigilancia y con sus años además de con las limitaciones que tienen, les puede ocurrir algo”.
Nos las traen, después de habérselo propuesto previamente a las respectivas madres, incluso en varias ocasiones, tantas como las madres se han negado, piensan entonces que un médico, en base a la comodidad que les van a ocasionar el traslado, unido a que impresiona que han perdido “facultades”, pueden convencerlas y trasladarlas a sus viviendas respectivas, siempre más cómodas, más ricas en mobiliario, y además familiares.
En principio, parece que la situación es clara, se ofrece un cambio, por el que la soledad e incomodidad y limitaciones, pasa a una convivencia segura, cómoda y familiar, pero se olvidan que la abuela es feliz en su medio, en él que nació, creció, y vivió, es su vida, es su realidad, todo ello forma parte de ella, ella es una prolongación de todo, caminos, casas, huertos, animales, es un ser más que respira junto al resto, arrancarla de allí es amputar sus raíces, talarla y dejarla sin savia, sin nutrientes que le permitan seguir erguida, ni quiere ni debe vivir injertada, siempre y cuando pueda vivir libre en su medio.
Es posible, incluso real, que sus facultades intelectuales estén comprometidas, que su memoria, atención, concentración, etc., fallen, que tenga ciertas dificultades de movimiento, de fuerza, e incluso la percepción auditiva y visual esté limitada, pero está en su medio, todo le es familiar, la cama, la cocina, el sillón, el aseo, nada es extraño, no necesita muchas luces para dar de comer al gato, al cerdo, o al perro etc., todos los animales la reconocen y lo que es más extraño, la entienden. Tiene cierta simbiosis con todo lo que la rodea, que la alimenta, la motiva, la satisface y le exige cierta dedicación, que es en definitiva participar.
Siempre que las limitaciones no sean graves, y nos permitan llevar una vida poco exigente, contando con la compañía de algún vecino, y de los animales de siempre, que le suponen cierta dedicación, estimulo y exigencia, se moverá mejor en su medio, en sus referentes de siempre, le son tan familiares… forman parte de ella, y le dan además de seguridad y esperanza, que es vida, su vida.
Ante esta situación que se nos ha presentado en varias ocasiones, la respuesta siempre ha sido uniforme, hasta que las fuerzas no nos abandonen, hasta que nuestras funciones cognitivas no mermen de forma alarmante, siempre que nos quede las mínimas capacidades, para movernos y ser o estar entre los otros, que es convivir, nuestro nido o útero en la vida, jamás lo abandonemos, jamás nos alejemos, persistamos, sigamos alimentando las raíces, es el medio que sustenta la prolongación de nuestro latido cardiaco, de nuestra respiración, de todo aquello que nos mantiene aquí, junto a todo lo que forma parte de nosotros, quitárnoslo, es como vivir desnudos, algo que no nos es familiar en nuestra cultura, y por lo tanto es una situación que no sabemos ni podemos interpretar, representaría un grave empobrecimiento emocional, y con ello el preámbulo de nuestra despedida definitiva.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024
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