La depresión, puede en ocasiones suponer un cuadro clínico muy grave, su prevalencia supera el 4,5% de la población general, es la primera causa de petición de ayuda en los centros de atención primaria, es la primera causa de incapacidad mental, la sufrirán a lo largo de la vida, más del 18% de la población; incide más en mujeres que en hombres, relación 3/1, y puede afectar a la totalidad de los personas, de diferente razas, sexos, distintos niveles económicos o culturales, diferentes medios de vida, urbanos o rurales. Por todo ello podemos decir que nos es familiar, que convive con nosotros, formando parte de nuestras vidas, y que se aplica dada su frecuencia, a los diferentes medios, como, depresión económica, depresión atmosférica, la “depre”…

Tiene este trastorno, una configuración desdibujada, poco precisa o recortada, en su presentación, y su existencia se remonta al principio de los tiempos, en la que se denominaba melancolía. Ha evolucionado en el tiempo, incluso adquiriendo notoriedad positiva en el romanticismo, pero cuya esencia se ha ido conociendo mejor, observándose un incremento lento en su incidencia, diagnosticándose normalmente el 50% de los casos, y conviviendo generalmente con la ansiedad, además de con la presencia de somatizaciones, o depresiones de diversas partes de nuestra arquitectura orgánica, de aquí su difícil diagnóstico en ocasiones. En su génesis pueden intervenir: diversos factores relativos a la herencia, incidiendo más en personas con antecedentes familiares, o en los que hayan sufrido depresión, y factores ambientales, familias disóciales, o situaciones sociales extrusoras de diferente tipo; laboral, afectivas, económicas, de desarraigo… Su expresión sintomatológica es diversa, predominando los procesos reactivos, los cuadros postparto, los episodios estacionales y los psicóticos, estos con una sintomatología más grave, de tipo sensoperceptivo, pudiendo, de acuerdo con la intensidad de sus síntomas, ser leves, moderadas o graves, en casos extremos pueden ser muy graves, necesitando vigilancia especial o permanente, porque es tanto el dolor que provoca el proceso, que la muerte se puede convertir en la liberación del mismo.

Normalmente el comienzo, con excepción de los episodios cuyo carácter sea reactivo a algún acontecimiento penoso, suele ser insidioso, imperceptible, va deslizándose en nuestra vida sin darnos cuenta, nos comenzamos a sentir más cansados, más torpes, menos decididos, con menos iniciativa, más pesimista o negativos, además de más temerosos y miedosos, perdiendo las ganas de salir, de hacer vida social, de participar en aquello que era cotidiano, nos comunicamos menos, y lo hacemos con más dificultad, recortamos las visitas, y surgen sentimientos de fracaso y de culpa, sintiéndonos responsables de todo lo negativo, pasado y presente, “no estuve bien, debí de responder de otra forma, soy el responsable”, somos más sensibles, más permeables a todo, además de que nos irritamos antes, perdemos la paciencia, van  desapareciendo el sueño y el apetito, a la vez que se observa la aparición de  impaciencia, e incapacidad para enfrentarse a la vida, nos quejamos de falta de concentración, de atención y de memoria, y el sufrimiento frente a la nada aumenta, llegando a pensar en ocasiones, que la muerte sería nuestra liberación.

Este proceso que es histórico, que ha sido una constante eterna, persiste en la actualidad, aunque se tenga acceso a sanitarios cualificados, sustancialmente no ha cambiado su concepto, los patrones de comportamiento sociales son muy similares, incluso en ocasiones han empeorado, pues no es difícil asistir a una  trivialización de un proceso, “cógete unas vacaciones…” por la vecina o amiga, que es ratificada por algún facultativo, sin darse cuenta por la presión asistencial, que estamos frente a un cuadro patológico, que afecta  a una parte sustancial de la  población, y es la primera causa de discapacidad en nuestra sociedad, y que potencialmente puede ser tan grave, que más de un 17% de episodios depresivos graves, pueden terminar en  suicidio.

Una persona normal que observe: que su humor se hace más irascible; que su paciencia disminuye; que su sueño se altera; que su apetito se anarquiza, incluso que pierde peso; que ha perdido las ganas de salir, de hablar, de estar con los demás; que donde mejor está es sentada y en casa, o en la cama; que se puede sentir culpable por cualquier hecho desafortunado; que llora, que está triste, que sólo desea que la dejen en paz, tranquila, “no quiero saber nada, dejarme en paz”… es una persona que sufre de un episodio depresivo, que puede ser, leve, moderado o grave, dependiendo de la intensidad de los síntomas descritos, y de otros que pudiéramos señalar.

El tratamiento, generalmente es mixto, psiquiátrico, para el diagnostico y pauta farmacológica, y psicoterápico o psicológico, y su evolución favorable.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024